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Foto del escritorJack Goldstein

Épica en la política: beneficios y perjuicios



Desde el New Deal de Roosevelt hasta el resurgimiento otomano de Erdoğan, las narrativas épicas han legitimado proyectos políticos. Sin embargo, su mal uso puede conducir al autoritarismo, la polarización y la desinformación

Por el rabino Fishel Szlajen

La narrativa épica en la política ha sido una herramienta recurrente en la historia funcionando como vehículo para estructurar las aspiraciones colectivas, forjar identidades y legitimar el poder político. Según Clifford Geertz este recurso desempeña un rol central en la configuración del ethos comunitario político, dotando de sentido simbólico y marco moral a las estructuras sociales y los sistemas de poder definiendo quién es el héroe, el enemigo y cuál es el destino final del pueblo. Esta apelación a arquetipos universales hace de la narrativa épica un instrumento persuasivo eficaz generando identificaciones emocionales profundas, ya explicado por Carl Jung en sus estudios sobre el inconsciente colectivo. Y subrayado además por Zygmunt Bauman para quién, en contextos de modernidad líquida, las narrativas épicas resurgen como un ancla emocional frente a la incertidumbre global ofreciendo una sensación de estabilidad y propósito.


Sin embargo, esta estrategia presenta beneficios y perjuicios mereciendo un análisis crítico.


Entre las ventajas de la épica en la política se encuentran tres principales:


A) Genera vínculos emocionales profundos entre el líder y sus seguidores. Como señala George Lakoff, los marcos narrativos épicos activan valores compartidos y refuerzan sentidos de pertenencia, muy útiles en momentos de crisis o contextos adversos dado que unifican comunidades y proporcionan esperanza.

B) Legitima acciones políticas al situarlas en un marco histórico mayor, conectándolas con ideales universales como libertad, justicia o resistencia contra la opresión. Ernst Cassirer describe este fenómeno como la “mitificación de la política”, donde los líderes son representados como héroes de un drama colectivo.

C) Simplifica mensajes complejos traduciendo problemas estructurales en historias accesibles, facilitando la comprensión y el apoyo del electorado. Según Hannah Arendt, estas narrativas simplificadas son esenciales para captar la atención en democracias de masas.


Análogamente, entre las desventajas principales de la épica en la política se encuentran: A) Manipula emociones desviando la atención de problemas reales hacia enemigos ficticios o conflictos artificiales. Como advierte Jan-Werner Müller, el populismo se alimenta de relatos épicos que dividen la sociedad en “pueblo virtuoso” y “élite corrupta”. B) Distorsiona la realidad al priorizar la narrativa sobre los hechos, y donde el exceso de épica desinforma o crea expectativas irreales. Yuval Harari señala, en este sentido, que las grandes narrativa sacrifican la complejidad y la verdad en favor de la coherencia emocional. C) Pierde sentido de autocrítica, dado que los relatos épicos glorifican el pasado o el presente dificultando la adopción de políticas y evaluaciones racionales y pragmáticas.

Algunos ejemplos del uso virtuoso y vicioso de la épica en la política pueden ser los siguientes:


Franklin Roosevelt durante la gran depresión utilizó la narrativa épica presentando a Estados Unidos como un pueblo resiliente que superaría la adversidad económica, logrando movilizar a la población en torno al New Deal y la guerra contra la pobreza más el sueño americano, combinando reformas económicas con un discurso esperanzador sobre el progreso colectivo. Dicha narrativa generó consensos políticos para implementar reformas sociales y económicas, sentando las bases del estado de bienestar moderno. Esta épica estuvo respaldada por políticas reales, evitando así la frustración o el cinismo. Nelson Mandela articuló una narrativa épica del perdón, la reconciliación y unidad nacional post-apartheid, transformando la lucha contra la segregación en una epopeya basada en el sacrificio colectivo para construir una nación más justa. Este relato del “milagro sudafricano” evitó el colapso político y económico del país al fomentar la cohesión social evitando una guerra civil y erigiendo una democracia multicultural en un contexto de profunda división. John F. Kennedy presentó la conquista del espacio como una misión heroica de la humanidad liderada por Estados Unidos. Este logro, bajo la carrera espacial, simbolizó la superación de los límites humanos impulsando avances científicos y tecnológicos, además de generar orgullo nacional sin recurrir a la polarización y apelando a valores universales acompañado de objetivos concretos y medibles.


Por otro lado, Hitler usó una narrativa épica nacionalista que glorificaba el pasado ario y demonizaba a minorías, especialmente judíos, como enemigos internos y externos. Este relato contribuyó a la Shoá y diversos genocidios más una guerra devastadora, mostrando cómo estas narrativas pueden desbordarse en violencia masiva. Mao Zedong utilizó una narrativa épica que exaltaba la lucha contra las élites “burguesas” y prometía un futuro utópico en su gran revolución proletaria. Sin embargo, este relato justificó purgas feroces y un estancamiento económico severo, resultando en profundas divisiones sociales y millones de asesinados. Fidel Castro, Hugo Chávez y otros líderes políticos latinoamericanos usaron la épica revolucionaria contra el imperialismo y las élites, utilizando simbologías históricas para legitimar y consolidar su poder. Si bien inicialmente movilizaron a sectores excluidos, la narrativa se convirtió en un instrumento para justificar políticas autoritarias, persecución de opositores, concentración de poder, empobrecimiento económico y sociocultural de sus poblaciones, mientras ellos enriquecían sus respectivos patrimonios personales. Aquí la narrativa épica se desvió hacia la polarización y el culto a la personalidad, con efectos catastróficos para la democracia. Análogamente, Recep Erdoğan promovió una narrativa de resurgimiento otomano, presentándose como el líder que devolvería a Turquía su grandeza pasada. Aunque inicialmente estimuló el crecimiento económico, esta narrativa se utilizó para socavar instituciones democráticas, restringir libertades y justificar políticas nacionalistas y autoritarias excluyendo y reprimiendo a grupos opositores.


Con esto en mente, el uso político de la épica puede devenir en una herramienta constructiva que inspire cohesión social y transformación virtuosa, elevando el nivel cívico y moral de la sociedad; o en un instrumento de polarización y manipulación erosionando las instituciones democráticas, fomentando conflictos y rebajando la ciudadanía a un conglomerado de habitantes. La diferencia depende de la ética en su utilización por parte de los líderes políticos, equilibrando emocionalidad con racionalidad, más ciudadanos informados y críticos de estas narrativas.


Para ello, es posible puntear los siguientes ocho aspectos fundamentales para el uso virtuoso de la épica en la política:


1. Basar la narrativa en hechos reales y verificables, evitando su exageración o distorsión dado que la manipulación de datos lleva a desinformación y pérdida de confianza en los líderes políticos.

2. Promover la inclusión y la unidad, no la división ni polarización, fomentando la cooperación entre diferentes sectores de la sociedad y previniendo conflictos.

3. Evitar el culto a la personalidad o la glorificación del líder y centrarse en valores, ideales y objetivos colectivos. Esto reduce el riesgo de personalismos que puedan derivar en autoritarismo o abuso de poder.

4. Fomentar el pensamiento crítico, no sustituyendo el debate racional por la épica, sino alentando a la ciudadanía a cuestionar y reflexionar sobre los objetivos y métodos propuestos, en lugar de aceptar pasivamente una visión única.

5. Tener un horizonte realista y alcanzable, planteando metas ambiciosas pero factibles, evitando promesas utópicas que generen frustración o desencanto. Porque un equilibrio entre inspiración y viabilidad fortalece la credibilidad de los proyectos políticos.

6. Garantizar la transparencia y la rendición de cuentas con políticas claras y medidas concretas que sean evaluables. Esto evita que las grandes promesas queden en el terreno simbólico sin resultados tangibles.

7. Respetar los valores democráticos y los derechos humanos alineándose con los principios de justicia e igualdad, evitando justificar violaciones o abusos en nombre de un objetivo mayor.

8. Reconocer la pluralidad para no imponer una visión única o excluyente de la identidad colectiva.


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