Sufriendo en silencio
Por el Rabino Isaac Sitt
¿Por qué nos da miedo pedir lo que necesitamos?
¿Cuándo fue la última vez que expusiste un reclamo que tenías con la persona que podía resolverlo? ¿Te pasa que reprimes todas tus necesidades porque crees que no vas a lograr nada expresándolas?
No es fácil pedir algo para nosotros, decir lo que nos incomoda y buscar que nuestras relaciones sean mejores, pero si no lo hacemos es muy probable que el malestar sea mucho peor. Es por eso que vale la pena identificar lo que nos molesta y tener la valentía de resolverlo.
La vida nunca es lo que queremos, siempre hay partes que creemos que se pueden mejorar y dentro de eso, las relaciones interpersonales no son la excepción. Entre más convivimos con otras personas siempre hay cuestiones positivas y negativas, es imposible que una relación no tenga elementos de fricción. No importa si es relación de esposos, amigos, trabajo o cualquier otra, no hay ninguna que no tenga áreas de mejora.
A pesar de lo que describí antes, son pocas las personas que toman la decisión de pedir lo que necesitan, de confrontar al otro por la dificultad en la que se encuentran y tratar de resolverla. En un blog previo escribí sobre la queja y por qué resulta tan atractiva, pues nos da la ilusión que estamos resolviendo el problema cuando en realidad no estamos haciendo nada. Sin duda, este también es un factor que está presente en los problemas de relaciones, pero en este caso me gustaría ir más profundo.
Muchos piensan que expresar sus sentimientos al otro generará un momento muy incómodo, que la otra persona se va a sentir mal y por lo tanto los van a dejar de querer. Se crea una fantasía en la que creemos que, si no aceptamos determinada situación, el otro preferirá renunciar a la relación en lugar de seguir con ella.
Otros no tienen miedo al abandono, pero prefieren no experimentar la parte negativa del confrontamiento y asumen que la molestia se disipará poco a poco. Deciden aguantar el malestar con tal de no tener que expresar su incomodidad y así evitan ser susceptibles a recibir un mal trato o incluso agresión, es decir que eligen el mal menor.
El tema con las dos razones, es que se cuida más la apariencia de la relación que su esencia. Se pone por encima el bienestar aparente pero la relación no avanza, no profundiza ni se desarrolla, sino que se estanca y en muchos casos la molestia va aumentando. Esto también implica que no poder hablar de mis necesidades en una relación, me empequeñece, me vuelve insignificante, transparente, es como si yo no estuviera presente y cada vez me siento peor conmigo mismo.
En el judaísmo tenemos varios ejemplos de gente que defendió sus necesidades, pero uno que resalta es el de un grupo de mujeres: las hijas de Tzelofjad. Ellas no figuraban en la repartición de la tierra porque su padre había muerto. Ante esta situación, deciden acercarse a Moshé y solicitan ser tomadas en cuenta en la división de la tierra. Moshé consulta con D-os y les da la razón.
No puedo dejar de pensar que en la mente de estas mujeres había mil excusas para no confrontar al líder del pueblo de Israel; seguro pensaban que estaban equivocadas, que no valía la pena y otros pretextos más. Sin duda no era fácil acercarse a Moshé, profeta y líder supremo del judaísmo, sin embargo, se empoderaron para solicitar lo que ellas creían justo y lo lograron.
No es fácil pedir algo para nosotros, decir lo que nos incomoda y buscar que nuestras relaciones sean mejores, pero si no lo hacemos es muy probable que el malestar sea mucho peor. Es por eso que vale la pena identificar lo que nos molesta y tener la valentía de resolverlo.
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