Simon Wiesenthal, el inspirador
Por Ariel Gelblung
Simon Wiesenthal tenía un sueño. Un sueño recurrente. Soñaba que cada sobreviviente de la barbarie nazi, se encontraría en el más allá con quienes perdieron la vida durante los años del horror, sus entonces compañeros de los campos de concentración y exterminio.
“La libertad no es un regalo del cielo. Uno debe luchar cada día por ella” era su mantra. El mundo no debería volver a permitir jamás que racistas, xenófobos, discriminadores y antisemitas encabezaran gobiernos.
Éstos recibían a los recién llegados preguntándoles qué habían hecho luego de la guerra, en especial, si habían vuelto a su ocupación anterior o si habían buscado nuevos horizontes. Hasta que le llegaba el turno de responder a él, a Simon. Su respuesta era: “Yo no me olvidé de ustedes”. Él entendía que su supervivencia le había dado sentido al resto de su existencia. Y que algún día debería rendir cuentas ante los que no lo habían logrado.
El fin de la guerra lo encontró en el campo de Mauthausen, Austria, con apenas 48 kilos, sin fuerzas para poder incorporarse. Allí comenzó de a poco a ayudar a los norteamericanos que liberaron el campo, a juntar toda la documentación posible para evitar que los perpetradores quedaran impunes. De su numerosa familia, de casi 100 personas, sólo sobrevivieron él y Cyla, su esposa.
Simon, de profesión arquitecto, ya no encontraba sentido a volver a diseñar casas. El mundo que venía más que la construcción de viviendas y oficinas necesitaría reconstruirse, tener bases distintas para edificar otro tipo de sociedad. En lugar de ladrillos, vidrio, acero o concreto, la nueva sociedad de posguerra debería reparar sus cimientos. Para ello se necesitaba de un valor hasta entonces esquivo: JUSTICIA.
La nueva sociedad debía fundarse en los Tribunales. Escuchando las declaraciones de las víctimas y exponiendo pruebas de los hechos para dejar un testimonio expreso a la posteridad. Desde su supervivencia hasta su muerte en 2005, dedicó 60 años a denunciar y llevar ante la Justicia a más de 1.100 criminales y cómplices del plan de exterminio sistemático llevado a cabo por los nazis y sus colaboradores, que eliminó a un tercio de la judería existente, seis millones de almas, de las cuales un millón y medio eran niños.
Luchador incansable y obstinado, buscaba el triunfo de la Justicia aunque tuviera que enfrentarse, como un moderno Don Quijote, a los poderes establecidos y al desinterés evidente durante la época de la Guerra Fría por investigar los crímenes del nazismo.
Poco tiempo después de la Segunda Guerra, comenzaba a sostenerse que “El diario de Ana Frank” era una obra de ficción. El negacionismo empezaba a abrirse camino.
-¿Dicen que Ana Frank es un personaje inexistente? ¿Cómo puedo convencerlos de lo contrario?, se preguntó. Identificó, ubicó y documentó la existencia de Karl Silberbauer, suboficial de las SS que detuvo a la familia Frank. Éste admitió luego los hechos ante las autoridades holandesas, pudiéndose así demostrar a la Humanidad que Ana había sido una adolescente real. Infinidad de veces le pedían que pusiera fin a su búsqueda justiciera. Que terminara. Que diera lugar al olvido y en algunos casos hasta le llegaron a sugerir que había que perdonar.
Sólo las víctimas pueden perdonar, sostenía Wiesenthal. Si el criminal tuviera un verdadero arrepentimiento, debería esperar -con alguna cuota de fé-, a encontrarse con su víctima en alguna otra instancia en la cual ésta pudiera otorgarle el perdón.
Entendía que la ancianidad no implica impunidad. Mientras los asesinos viviesen y gozasen de salud física y psíquica que les permitiese rendir cuentas ante un Tribunal y hubiese un país dispuesto a pedir su extradición para juzgarlo, la búsqueda no cejaría.
“La libertad no es un regalo del cielo. Uno debe luchar cada día por ella” era su mantra. El mundo no debería volver a permitir jamás que racistas, xenófobos, discriminadores y antisemitas encabezaran gobiernos.
Su legado nos impone estar presentes, denunciando estos fenómenos en el lugar y momento en que tengan lugar. Siempre consecuente con sus ideas, fue uno de los denunciantes del genocidio de Ruanda ante las Naciones Unidas. A 16 años de su fallecimiento, acaecido el 20 de septiembre de 2005, el mundo lamentablemente no es un lugar mejor.
La convivencia en la diversidad se ve gravemente amenazada. La intolerancia va en aumento. En el mundo real y en la virtualidad de las redes sociales. En el deporte y en el aula. En cada uno de ésos y de otros ámbitos, continuar la misión de Simon Wiesenthal es nuestro sueño recurrente, nuestra fuente de inspiración.
Defender el derecho a vivir según la propia conciencia, sin imposiciones de estados o personas, construir relaciones con los que entienden que las diferencias enriquecen y evitar que los odios dicten políticas, es nuestra forma de rendir homenaje todos los días a ese Gran Hombre. Pero por sobre todo, poder decirle a todas las víctimas de racismo, discriminación, xenofobia, antisemitismo y terrorismo que: continuamos y continuaremos con el Legado de Simon Wiesenthal demostrando así que no nos olvidamos ni nos olvidaremos de ustedes.
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