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Foto del escritorJack Goldstein

Reencuentro con mis raíces en Smyrna

Actualizado: 11 ago 2020

Por Lorena Waserman

A mitad de 2018 emprendimos un viaje por Turquía. Nuestros planes comprendían conocer los sitios típicos, aquellos que no pueden faltar en una guía de viajes, pero también aprovechar, en mi caso, para reencontrarme con mis raíces sefardíes.



“¿Cuál es tu alcurnia?”. Deduje que quería saber mi apellido. Era como tener una conversación con un caballero de la época del Quijote, hablando español antiguo y pronunciando la J como Y.

Al investigar para planear el itinerario a realizar, me di cuenta de que Smyrna no estaba dentro de las rutas turísticas usuales. Aparentemente, para los viajeros habituales, aquí no había nada para ver. Muy diferente era mi situación. Para mí Smyrna era uno de los motivos principales de la visita a Turquía y no importaba el desvío que hubiera que tomar. Como fuera, iba a visitarla.


En nuestra familia materna, Smyrna siempre estuvo presente de un modo u otro en las historias familiares. Sin embargo, creo que nunca me detuve a pensar en la ciudad como algo que existiera en la realidad. En mi fantasía, se había quedado detenida en el tiempo 100 años atrás, cuando nuestros bisabuelos cruzaron los mares en búsqueda de un futuro mejor. Sinceramente, me la imaginaba como un pueblo perdido, una especie de aldea cuyo único interés sería la herencia judía allí presente. ¡Gran error el mío! Smyrna, en griego, o Izmir, en versión turca actual, es una de las ciudades más importantes del país. No sólo eso, sino que durante siglos albergó diferentes religiones y nacionalidades que convivieron en paz y florecieron. Para los judíos huyendo de la Inquisición Española, fue puerto seguro en el Imperio Otomano y hogar durante 500 años. Conocida como la “Perla del Egeo” o “Smyrna, la infiel” según quien la nombre, la ciudad llama la atención por su espíritu cosmopolita y ambiente europeo, fruto de los diferentes pueblos que vivieron en ella y dejaron su huella. De hecho, a pesar de que actualmente la comunidad hebrea está muy reducida, la presencia judía está presente en varios sitios de la ciudad. Por ejemplo, muchas palabras del turco vienen del ladino y aún hoy se siguen usando: recepción, comisión, etc.


Nuestra idea era poder visitar las sinagogas aún existentes en Izmir. Para ello, contactamos días antes a una agencia de viajes a cargo de un programa llamado “Izmir Jewish Heritage” cuyo objeto es preservar y promocionar la herencia judía de Izmir.


El 15 de agosto comenzamos nuestro itinerario en el barrio Karatas donde vivían los judíos de clase media y se encuentra la sinagoga más nueva, Bet Israel. A las 10 de la mañana no había nadie para recibirnos y por señas con un policía (nadie habla inglés en Izmir) pudimos entender que la persona con las llaves llegaría a las 10.30. Por lo tanto, aprovechamos para visitar el “Asansor”, una de las atracciones más conocidas del barrio. El nombre, otro ejemplo de palabras tomadas del ladino, se debe a que fue un judío sefardí el primero en traer esta nueva tecnología a la ciudad.


Luego volvimos rápidamente a la sinagoga para hacer una visita express ya que a las 11:00 nos esperaba el Sr. Avram en la sinagoga Bikur Jolim cerca de Havra Street, en el Bazar.


Esta Sinagoga es muy parecida a las que estamos acostumbrados a ver en los países occidentales y bastante diferente a las que visitaríamos luego en la calle Havra.


Terminada la visita, tomamos un taxi y fuimos para el Bazar. Una vez allí, ¡nos perdimos! Los mercados turcos son laberínticos y una vez se está dentro, es muy difícil poder salir. Por otra parte, no encontrábamos la calle que buscábamos y comunicarnos era un problema por la barrera idiomática. Sólo sabíamos que sinagoga se decía sinagogu. Finalmente le preguntamos a un señor, quien nos envió con un niño quien a su vez nos dijo que sigamos a otro señor, todos ellos hablando en turco entre ellos y con nosotros en medio inglés.


Después de seguir a nuestros “guías” por este laberinto, nos empiezan a mostrar varias “sinagogus”, una al lado de otra, pero ninguna era Bikkur Jolim la que buscábamos. Impresionante, nunca vi tantas y tan cerca. Lamentablemente, por la falta de personas, muchas están abandonadas y cerradas.


Finalmente, encontramos a un señor que conocía a Don Abram y tenía su teléfono para avisarle que había dos turistas perdidos. Le dieron indicaciones y nos acompañaron casi hasta la puerta de Bikur Jolim donde nos estaban esperando. No sabíamos cómo nos íbamos a comunicar porque dudábamos que alguien hablara inglés. Teníamos la esperanza de hacerlo en hebreo, aunque ahí pensé “si hablan ladino, estamos salvados” ¡Y así fue!


La Sinagoga Bikkur Jolim debe su nombre a que sirvió como hospital durante una epidemia que azotó la ciudad. Es muy bella, con una disposición en círculo y decoración típicamente oriental. El Sr. Avram tenía un excelente dominio del ladino que permitió que la conversación fluyera. Para mí, fue muy emocionante escucharlo hablar porque era como si tuviera delante a mi bisabuela. Algunas frases tocaba pensarlas, por ejemplo, cuando me preguntó “¿cuál es tu alcurnia?” y deduje que quería saber mi apellido. Era como tener una conversación con un caballero de la época del Quijote, hablando español antiguo y pronunciando la J como Y.


Nos contaba Avram que antiguamente todos esos puestos pertenecían a los judíos quienes aprovechaban para rezar en las sinagogas contiguas. Cada grupo que venía construía su propia kehilá. Debía ser inmensa la comunidad si en un radio tan pequeño llegaron a haber tantas sinagogas. De hecho, nos contaba Avram que los turcos tuvieron que aprender ladino para poder comunicarse y hacer negocios. Algo que siempre me sorprendió fue que mi bisabuela no hablara turco habiendo nacido en Smyrna. Nos explicaba Avram que era muy normal en esa época que las mujeres sólo hablaran ladino ya que no tenían necesidad de comunicarse con otras personas que no lo hablaran.


Así, de la mano de Avram, seguimos recorriendo las laberínticas calles del Bazaar, sólo descifrables para aquél que nació y se crió entre ellas. La Calle Havra (Jevra) debe su nombre a la palabra hebrea “Asociación”. Definitivamente la influencia judía fue muy importante en Izmir.


Pasamos por sinagogas cerradas, algunas con proyectos de reparación y recuperación como Monumento Histórico, otras aún funcionando.


Finalmente, Avram nos invitó a compartir el rezo de Minjá con la comunidad. Mi marido participó a pesar de no tener “alcurnia” por ser ashkenazi. Todavía lo sigo molestando con eso. Fue un momento muy emotivo poder decir las oraciones en el sitio que quizás fue lugar de reunión de nuestros antepasados.


Y así nos despedimos de la increíble Smyrna, que es la “Perla del Egeo” y también “La Infiel”. No sólo enamora esta ciudad bañada por el mar, sino que sorprende por la apertura de sus pobladores y la camaradería entre las religiones, quienes no olvidan que alguna vez fue crisol de razas y nacionalidades.




Lorena Waserman nació en Argentina pero vivió en Suiza, Colombia y Ecuador. Actualmente reside en Guatemala. Viaja por pasión y profesión.






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