Porqué salimos de Cuba
Actualizado: 11 ago 2020
Por David Behar
Siguiendo con el espacio abierto a textos selectos de temas relevantes, hoy les comparto esta íntima historia de David Behar, mi buen amigo (y primo por adopción), con quien he tenido el gusto de recorrer el culebrero camino de la consolidación de comunidades emergentes en Colombia. La siguiente es otra historia de nuestras migraciones y de cómo volvemos a organizar vidas en patrias nuevas.
Nacido el 19 de octubre de 1951 en la Habana, Cuba, y de herencia sefaradí, David se licenció en Antropología de la Universidad de los Andes y se hizo colombiano. Es un trabajador incansable en la búsqueda de respuestas para los que desean ser parte de nuestro pueblo. Trabaja con negocios que se relacionan con el turismo en la ciudad de Cartagena.
Porqué salimos de Cuba
Corría el año 1959, Fidel Castro entra triunfante en la Habana y huye Fulgencio Batista. La emoción de la mayoría del pueblo era indescriptible, la imagen del nuevo líder y la de Camilo Cienfuegos los hacían ver como los nuevos mesías.
Con mi padre y mi madre veíamos por televisión la entrada triunfante, pero eran dos rostros diferentes, mi padre exultante, mi madre preocupada. Ella preguntaba: “papito, ¿esto será bueno para nosotros? Mi padre sin dudas decía “será una nueva Cuba, una Cuba para todos”. Mi madre, con resignación y sin entender el panorama claramente, asentía sin optimismo. Para mí, Fidel era el gran héroe nacional, con ocho años no me perdía ni una sola palabra de las 6 o 7 horas que duraba cualquier discurso.
Cuando se empezaba a oír en todo relato la palabra socialismo, las preocupaciones de mi madre aumentaban, sobre todo al ver que la mayoría de los judíos de Cuba emigraban con inusitada rapidez.
Mi padre se enlista como miliciano y su emoción al participar de las prácticas era inenarrable; yo lo veía como mi héroe particular. Ya sabrán sin comentarlo cual fue la reacción de mi madre.
Al mismo tiempo, a mis nueve años, yo empezaba en el colegio prácticas de guerra con fusiles de madera e imitaciones de entrenamiento militar.
Poco después, mi madre le comentaba a mi padre, que se sentía vigilada por todos los vecinos del edificio donde vivíamos. Mi padre le decía que tenía que entender que había muchos enemigos del régimen. Al poco tiempo, el sistema represivo se extendía hacia la cuadra, la manzana, la región y así sucesivamente. Era una precisa maquinaria de vigilancia.
Mi abuelo tenía una compañía de automotores para transporte de materiales de construcción, grande y próspera, y mi padre trabajaba con él. Hasta que un día llega a su casa un representante del gobierno y le pide las llaves de todos los camiones. Mi abuelo, no demasiado sorprendido, le pide explicaciones y la única que recibe es que la revolución los necesita y que debía sentirse orgulloso por participar con el progreso de ella. En treinta segundos se perdia el trabajo de treinta años.
Mi padre, ya no tan tranquilo, se pone a vender paraguas en la calle. A pesar de la desenfrenada caída de su nivel de vida, todavía sentía fe en que las cosas mejorarían. Al Fidel empezar a mencionar la palabra comunismo, mi madre ya toma partido y le pide a mi padre salir de Cuba.
Solo un hecho definió nuestra salida. Al llegar yo del colegio, y comiendo con mis progenitores, les comento que en el colegio nos indujeron a denunciarlos si notábamos que hacían algo en contra de la revolución. En ese momento, que recuerdo claramente, mi padre dijo, mi hijo será mi hijo siempre y no permitiré que nada ni nadie lo convierta en mi delator o enemigo ni que le laven la consciencia.
Tomada la decisión, y después de innumerables inconvenientes, emigramos a Barranquilla con la ayuda de la familia de la hermana de mi padre. No sin antes pasar por la ignominia de un aeropuerto lleno de letreros llamándonos gusanos y haciéndonos sentir miserables.
Mi único tío materno se queda en Cuba y nos acusa de traición. Solo 27 años después, a pocos días antes de morir mi madre, volvieron a comunicarse telefónicamente. Treinta minutos de llanto fue su única conversación.
Pocos años después de nuestra partida, enfilan hacia Colombia mis abuelos maternos, pero ellos nunca fueron completamente felices. Dejar los amigos, su casa y su independencia los golpeó duramente a pesar de nuestras muestras de cariño.
Enfrentarme a una nueva geografía, historia y a un idioma hebreo con el que nunca había tenido contacto, además de estar rodeado de una sociedad muy solvente donde todo me parecía inaccesible, no hizo fácil mi entrada al nuevo país.
Mi padre tuvo que luchar contra el medio y recuerdo que su primer trabajo era maleteando, vendiendo telas en los pueblos más miserables de la costa. Pero como el mejor esposo y padre y con la solidez de carácter producto de una niñez tremendamente difícil, logra hacerse de un presente y futuro en Colombia. Para mi, vivir en Colombia ha sido una gran aventura. Momentos fantásticos, momentos difíciles, como en toda vida. Pero siempre viviré agradecido con mi país de adopción.
DAVID BEHAR A.
Excelente la historia del primo