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Foto del escritorJack Goldstein

Lágrimas de Shabat. "Crómicas" de Shabat




Por Marlene Manevich

A los pocos meses de haber llegado a Israel, me entregaron mi pasaporte (darkon) que me acredita como ciudadana israelí. Como soy ola jadashá (inmigrante nueva), me lo dieron sólo por un año, así que me tocó renovarlo. Ya el segundo lo entregan por más tiempo. Así se aseguran de que uno no haga nada indebido, pues alguna gente, aprovecha los derechos de alyah y queda con pasaporte israelí por mucho tiempo y después abandonan el país.


Como yo me porté bien, ya me lo renovaron. Me rompieron el anterior y me dijeron que en un mes me llegaría el nuevo (jadash) y así fue. Me llegó un aviso, de esos en que toca poner la cámara del traductor para entender qué dice y me dirigí a la dirección (ktovet) que me indicaban para recogerlo. Era en un centro comercial conocido, así que llegué con confianza y seguridad de que iba a ser una diligencia fácil (kal) Decía que debía reclamarlo en la registradora #3. El único local que vi fue Superpharm, que es una droguería grande, pero mi lógica me hizo pensar que ahí no era. (A veces hay locales comerciales que prestan ese servicio de entrega de documentos). No vi ningún otro local cercano donde me pudieran entregar, hasta que le pregunté a un hombre que salía de una especie de bodega y me acompañó hasta un lugar, que al parecer yo no había visto.


Seguía sin ver a ningún encargado que me pudiera atender, pues era un bloque de metal, lleno de casilleros. Me preguntó mi número de identidad y como he avanzado, lento pero seguro, en mi comprensión del idioma de nuestros antepasados, pude darle mi número y para mi sorpresa se abrió un casillero de donde pude sacar mi pasaporte. ¡Oh, La tecnología! Yo sola no hubiera entendido qué hacer y no se me hubiera ocurrido que tenía que sacar el pasaporte de un casillero. Me hubiera quedado horas, buscando algún humano que me atendiera.


Y hablando de tecnología, les comparto otra anécdota: me estaba vistiendo después de haber nadado varias piscinas y vi una señora que estaba botando el vestido de baño como en una caneca. Me pareció raro, pues he oído que hay vestidos de baño desechables, pero de todos modos me extrañó que lo botara. Esperé un minuto mirando el acto disimuladamente y ella también esperó; abrió la tapa de lo que parecía una caneca y sacó su vestido de baño completamente exprimido. No pude evitar la curiosidad y apenas ella terminó su labor, me acerqué a la que creía una caneca de basura. En ese momento, vi por primera vez que existe una máquina para exprimir prendas. Abrí la tapa y seguí las instrucciones que estaban en un hebreo más o menos claro para mi nivel. Me ayudó que había números arábigos, denotando cada función, así que fue relativamente fácil leer las instrucciones, teniendo en cuenta que los latinos leemos las instrucciones después de que ha explotado el aparato. Debo manifestar que con un poco de temor, introduje mi vestido de baño en ese hueco, cerré la tapa y esperé unos segundos, pues me dio miedo dejarlo mucho rato y que de pronto se quemara. ¿Qué creen? Salió totalmente exprimido y lo mejor fue que no se me mojó el maletín.


Yo me considero más o menos culta y algo mundana, pero vengo de un país tercermundista y eso me hace sorprenderme a veces con ciertos inventos. Tengo que aclarar que en Colombia los últimos años hemos evolucionado mucho, pero definitivamente, hay países más desarrollados.

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