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Foto del escritorJack Goldstein

La torre de Babel



Por Marlene Manevich - “Crómicas” de Shabat

Además del hebreo se me ha presentado otro problema de lenguaje y es que tengo amigos argentinos che, uruguayyyos y mexicanos, mande. Aparte de que sigo haciendo esfuerzos lingüísticos para aprender hebreo y poderme comunicar más fluidamente con los tzavarim, ahora mi español tan puro y bien hablado, aprendido en mi país de origen, no coincide con los vocablos de estos latinos que provienen de otros países de Latinoamérica. Cuando digo camiseta, me toca explicar que es una remera. En invierno no le puedo mencionar la chaqueta a los mexicanos porque me miran raro. Tengo que decir chamarra para que no piensen mal de mí. La misma chamarra es la campera de los amigos del cono sur.


En invierno, cuando hace frío, debo decir pullover, porque no saben lo que es un sweater.


Siempre había estampado mi firma con un lapicero o bolígrafo, ahora firmo con un bilome.


Cuando dije tenis, todos se volearon a mirarme a ver qué clase de zapatillas eran las que yo usaba.


Las ojotas y las chinelas parecen reemplazar las cómodas pantuflas o chanclas que usamos en Colombia.


El otro día me pidieron que llevara bebida para una fiesta y para nosotros bebida puede ser sin licor o con licor. Para los colombianos la bebida es gaseosa. Lo grave era que en el lugar de la fiesta no permitían entrar trago, pero como mis intenciones colombianas eran buenas, me permitieron servirlo. Hubo que tomárselo rápido para que la administración no nos llamara la atención y lo decomisara.


Cuando voy a tomar un tinto, piensan que es un vino y en colombiano es café.


El vestido de baño es malllla con doble ll. Al comienzo me decían llllevá malllla y me costaba entender. En mis pensamientos trataba de entender qué me trataban de decir, hasta que dividí las dos palabras y al ponerlas en contexto, logré traducirlas.


Como ven, el curso de idiomas ha sido intensivo. Me ha tocado hasta desempolvar los pocos conocimientos que tengo de francés con traducción al ladino, para entenderme con el viejito que cuido y he aprendido argentino y algunas palabras del lunfardo para entenderme con la señora que cuido que es originaria de la tierra de Gardel. El trabajo con niños me ha ayudado a tener grandes avances en inglés y cada vez entiendo más y puedo hablar mejor. No logro enredar la lengua al mismo nivel de los gringos, pero me defiendo bastante bien.


Para el francés tengo buen oído y las pocas palabras que sé, las aprendí de mis padres que hablaban muy bien este sonoro y romántico idioma, y con doña Claudine, la mamá de mi dermatóloga de cabecera, que fue mi profesora en el colegio. Mi viejito dice que yo sé francés porque las pocas palabras que sé, las digo con buen acento, pero de ahí a hablar esa lengua romance hay un buen trecho.


Estoy viviendo como en una torre de Babel. Aunque sé muy poco de cada uno, a veces siento que me hablan en francés y tratando de contestar, me veo contestando en hebreo. Eso es increíble. A veces pienso que hubiera sido mejor seguir en la torre de Babel, hablando todos un mismo idioma. Se decía que el esperanto iba a ser una lengua universal, pero no sé qué paso.


El castellano como le dicen los habitantes de Suramérica, es el mismo español básico, como le decimos en Colombia, el idioma (safá) que nos trajo Colón de la vieja España; pero hay vocablos que pueden ser hasta groseros de un país a otro. Basta cruzar la frontera para que el significado y el significante cambien de sentido.


La pileta es piscina en el idioma de los manitos y en hebreo se puede uno refrescar en la brejá. La torta, que para nosotros es un pastel, para los mexicanos es un sandwich.


La pollera es una falda y las cosas que nosotros enfriamos en la nevera, ellos las guardan en la heladera. En hebreo es mecarer. La palabra anotar tiene el mismo significado en los diferentes países, pero cuando les conté el segundo

significado de la palabra anote en Colombia, se rieron en uruguayyyyo, argentino y en mexicano.


Ahora puedo decir que soy políglota

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