La odiosidad de las religiones monoteístas
Actualizado: 11 ago 2020
Me gustan los crucigramas. Ahí aprendí que arriar una barca es tanto toar como atoar. También aprendí a resignarme a que “AC” sea la respuesta a “En la era pagana”, o sea, aquel tiempo en que la humanidad aún no había refinado el concepto de la Trinidad, el parto inmaculado o la misión suicida en que Dios Padre envía a Dios Hijo a salvar al mundo, sin que el segundo lo sepa y no obstante ambos ser uno mismo, así su monoteísmo fuera más puro que el de “DC”.
Fue cuando dios se volvió Dios que el problema se complicó. Dios se tornó excluyente y no permitió compartir su protagonismo con otros dioses
Orgullosos somos de haberle aportado a la humanidad conceptos como el monoteísmo, capitalismo, comunismo, psicoanálisis, relatividad e incluso el alfabeto. Grandes proezas para un pueblo pequeño. Todas verdades a medias y un tanto exageradas, pero no distantes de la realidad. Pero ¿Qué tan significativo es el aporte del monoteísmo? Lo vemos hoy como un refinamiento del pensamiento cavernícola que a cada fenómeno lo identificaba con un dios. ¿Acaso racional, o más bien una manera más sofisticada de no serlo?
Con el tiempo, y ya por fuera de las cavernas, los dioses comenzaron a protagonizar novelas. Se casaban, se mataban, sufrían de celos y concebían hijos. Los imperios entendieron que, para dominar mejor, valía la pena fusionar creencias y mezclar novelas. Así, todos los súbditos tenían el chance de ver a sus héroes jugar “de tú a tú” con los héroes de sus opresores y pasar mejor el trago amargo de la dominación. Posiblemente, con el pasar del tiempo, algunos dioses perdieron protagonismo y se obviaron. Lentamente, el panteón se redujo y de muchos pasaron a tres, a dos, a uno. Pero ese uno no fue desde un principio exclusivo. Inicialmente, estaba “mi dios” que era bueno y respetaba a “tu dios” que también podía ser bueno y poderoso, como en la leyenda de la Hagadá. Fue cuando dios se volvió Dios que el problema se complicó. Dios se tornó excluyente y no permitió compartir su protagonismo con otros dioses. El monoteísmo trajo un nuevo concepto de guerra religiosa de la que aún no salimos. La verdad divina dejó de ser relativa y se tornó excluyente, aun a pesar de que en el judaísmo se le da cabida a noájidas quienes solo deben cumplir 7 mandamientos para ser aceptados por Dios (el único Dios).
Después de milenios de sangre derramada, se puso de moda el tema de la tolerancia, ese odioso concepto que sutilmente dice que tu dios no es el Dios, pero que no por eso te voy a matar y entonces por eso debemos celebrar nuestra madurez. Después de la Segunda Guerra Mundial, tras el Concilio Vaticano Segundo y con el islam radical en manos de Isis y al Qaeda, la misión es “tolerarnos”, hacer pactos de no agresión. Bonito, ¿pero acaso suficiente? Nuestro tamaño como pueblo y pasado dramático nos han mantenido distantes de caer en estas odiosidades, pero la soberanía territorial trae consigo la soberbia mesiánica. También somos capaces de ser excluyentes y de lanzarnos en cruzadas religiosas por “Mi Tierra” y “Mi Dios”. ¡Ojo soldados de la verdad! La diáspora nos otorgó la virtud de ser amables y pacíficos por dos mil años, algo que no fuimos en épocas macabeas o bajo el mando de Yeshua bin Nun conquistando la Tierra Prometida. Semanalmente (y especialmente los ashkenazim) agradecemos a Dios durante el kidush por escogernos y bendecirnos entre todas las naciones. Un concepto peligroso de manejar y odioso, así lo sepamos entender en su real sentido como una responsabilidad mayor ante el Altísimo y con el resto de la humanidad.
Las grandes religiones occidentales están en son de firmar acuerdos para tolerarse y respetar los lugares de culto y sus tradiciones. Es bueno estar para esa foto. Pero hay que recordar que el estatus-quo que quieren preservar es el que desean preservar quienes están en posición de dominación, como quienes controlan Haram e´Sharif, el Estado de Israel, o el próximo nuevo templo hindú de Ayodhya a construirse sobre las ruinas de la mezquita de Babar, destrozada tras los disturbios de 1992 instigados por Modi. La letra menuda hace muy odioso y peligroso lo que a primera leída suena acogedor. Esos acuerdos son armas de doble filo. En manos de religiones organizadas, cultos son todo aquello que no sean las firmantes de esos acuerdos, así nieguen que sea cuasi imposible dejar de ser haredí o musulmán. La apostasía se paga con la excomunión familiar o con la vida. Ambos casos son lamentables, pero no son iguales. Y tampoco son iguales el antisemitismo y la islamofobia, así los términos ni sean apropiados. El uno es mucho más sangriento que el otro.
Bajo la sombra de 9-11 y a raíz del triste episodio de la caricatura del Profeta en un diario danés, algunos emiratos adinerados se han puesto a la tarea blindar al islam de cualquier crítica y para eso se han puesto a la tarea de pasar mociones en la Naciones Unidas y a extender invitaciones elegantes para visitar sus lujosas capitales a los líderes herejes de todo el mundo. Los documentos de fraternidad se firman con gran pompa, todo muy bonito. Quiera Dios (y todos los demás dioses) que el espíritu de la letra sea genuino y que no se trate de un elaborado proyecto para perpetuar ciertas actitudes bajo la excusa de la tolerancia.
En un mundo donde hacer una caricatura del Profeta ha matado a varios y donde la Ley de Blasfemia ha condenado a muerte a más de uno, creo que las religiones (especialmente todas las monoteístas occidentales) también debieran suscribir un documento donde de manera inequívoca se comprometan a respetar el derecho a disentir de ellas, a respetar la apostasía y sí, también, a “tolerar” al menos un día del año, un Día de la Blasfemia. Ese sería un gran ejercicio de respeto. Para la firma de ese acuerdo sí me gustaría estar en la foto.
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