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Foto del escritorJack Goldstein

La fascinación de viajar

Actualizado: 29 dic 2020

“¿Cómo explica el Budismo la creación del mundo?” Se lo pregunté a Tientzin, nuestro guía, mientras recorríamos el monasterio en Gyantse, Tíbet. Su sorpresiva respuesta me dijo mucho y nada a la vez, pero fue contundente y abrió mis horizontes. En esos breves segundos en que Tientzin quiso dar una respuesta, pude alcanzar a captar la grandeza de la humanidad y lo fascinante de poder explicar de tantas maneras un mismo hecho. “No sé cómo explica el Budismo la creación del mundo, pero con gusto le explico cómo fue la creación de Tíbet”.

“No sé cómo explica el Budismo la creación del mundo, pero con gusto le explico cómo fue la creación de Tíbet”

Así comenzó Tienztin y eso fue todo lo que dejé decir. Cada persona, y grupo humano formulará su respuesta a cada interrogante y circunstancia de la vida. Incluso, preguntas que para mí pueden ser fundamentales resultan no ser del todo inquietantes para otros. Opté por sonreír, y con una gran paz interior seguí recorriendo el templo sin preocuparme por más respuestas. Posiblemente Tientzin nunca entendió mi reacción ni lo mucho que me dijo sin siquiera responder. Yo había aprendido más manteniéndome en la ignorancia que indagando por detalles. Esos momentos en los viajes me valen un potosí. Por eso amo viajar.


Einstein alguna vez dijo que el hombre, mientras más expande su círculo del saber, más expande la circunferencia de lo que desconoce. Viajar tiene para mí esa fascinación: una pregunta bien formulada, más que buscar una respuesta, conduce a seguir preguntando. El deseo de conocer un país, una cultura, un idioma o una manera de interpretar un hecho o la vida misma me llena del deseo de conocer otro país, más culturas e idiomas, y de comparar para así querer entender mejor.


La formulación de las preguntas es el verdadero motor del conocimiento y lo que valida nuestras existencias. Los viajes han sido y seguirán siendo mí carrusel de diversiones que me enseñan y que van marcando mi cosmovisión. Estoy inmerso en un ciclo que lleva a buscar las respuestas que sé que jamás encontraré, porque en el trayecto me iré haciendo otras y cambiando de parecer. Mis circunstancias y las tradiciones en las que crecí, la educación que recibí, mis éxitos y fracasos, amores y desamores van cimentando también esa manera particular de ver las cosas y de interactuar con mi mundo; los viajes me permiten darle un contexto universal a tantas cosas que me inquietan y me suceden. No pienso desfallecer en el intento de aprender, de vivir con intensidad y de tratar de hacer las cosas “bien” y disfrutar inmensamente mientras lo hago. Para mí, en eso está la vida, mi vida.


Pero para mi guía en Tíbet, y a pesar de años bajo el Comunismo, la razón de su vida está en encontrar Nirvana. Su razón de ser está en desapegarse de su condición humana, de evitarse las preguntas y los deseos, así el camino le resulte tortuoso (y contradictorio para mi gusto). En síntesis, ahí estábamos los dos, viviendo el mismo tiempo y espacio, ambos felices, ambos compartiendo juntos, ambos viendo ese mismo mundo de formas diferentes. Einstein también lo había dicho: todo es relativo.


Tuve la fortuna de iniciarme en este delicioso mundo desde temprano. Visitaba cada verano a mis abuelos maternos en Budapest. Pasábamos dos meses en familia y siempre, antes de regresar, íbamos a algún lugar diferente en Europa. Quizás eso me marcó desde joven a ser diferente: Húngaro y no Inglés fue mi segundo idioma, la vida detrás de la Cortina de Hierro fue el primer “otro mundo” y no las playas de Cartagena o los parques en Orlando; me acostumbré a ver las noticias de las guerras de Vietnam y Angola con la visión soviética y no la norteamericana. Llegar a Hungría hace más de 40 años era una travesía larga, que implicaba cambiar de avión en varios países: el clima, la vestimenta de la gente y los idiomas cambiaban con cada escala. En cada destino nuevo fui aprendiendo una historia más, escuchando un idioma diferente, degustando sabores nuevos, aprendiendo de un héroe y antihéroe, de un dios nuevo. Y todo, absolutamente todo se convertía en una nueva aventura.


Irónicamente, después de recorrer casi 150 países, Colombia sigue siendo uno de mis mayores retos. ¡Claro que he estado en parajes apartados de nuestra geografía! Pero es mucho más lo que me queda por conocer. Nuestro país es una hermosa gema turística que apenas se está tallando. Quiera que pronto gocemos de una paz que permita llegar a cada uno de sus rincones y ojalá se logren desarrollar los planes de inversión que entreguen vías y puertos, y se capaciten profesionales de talla mundial para atender turistas. El potencial existe pero seguimos lejos de los niveles donde creemos estar. Viajando por el mundo también se aprender a valorar, comparar y juzgar con más criterio y menos con el corazón.


Para quienes somos viajeros consumados, viajar es la mejor manera de aprender acerca de historia, geografía, filosofías y religiones, de políticas y conflictos; es la manera más divertida de pasar nuestro tiempo libre. Difícilmente comprendemos una vacación de playa, nos es difícil repetir destinos por amenos que sean, y no nos motiva el descanso físico. La aventura está en el destino y en llegar allá. La encontramos en la incomodidad, en la sensación de aislamiento y lejanía y en cada una de las anécdotas con las que regresamos.


Cada viaje nos abre nuevos horizontes y nos plantea nuevos retos; el mundo nunca se nos acaba. Nosotros, los viajeros consumados, seremos raros y petulantes, incomprensible para muchos. Carcelazos, malarias, zozobradas y demás sustos hacen parte de las emociones que nos impulsan a seguir viajando y no son las razones para dejar de hacerlo. En últimas, celebramos la grandeza de la Humanidad en cada aventura, celebramos su capacidad de colonizar selvas y picos nevados, de adaptarse a desiertos y a tundras, a combatir y no doblegarse ante la inclemente naturaleza. Nos maravillamos de los colores, sabores y olores sean agradables o repulsivos, apreciamos lo bueno y lo malo de cada cultura, religión, y sociedad, y no nos negamos a ningún destino. Los viajes nos abren los sentidos, nos hacen más críticos de nuestras circunstancias, nos rediseñan nuestras vidas, nos enseñan a compartir con el extraño, amigo y el enemigo, aprendemos a ver la cara y el sello de cada moneda, cambiamos de parecer o sustentamos mejor nuestros gustos y pasiones. Son los viajes los que nos definen y nos dictan el rumbo a seguir.


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