La extraña de-judeización de los Karaim-Karaylar (Karaitas de Lituania)
Hace unas semanas, escribí sobre los samaritanos. Esta vez quiero escribir sobre otro grupo en nuestra periferia judía, quizás de los más curiosos y patológicamente complicados que pueda existir: Los Karaim-Karaylar de Lituania y Crimea, un grupúsculo dentro de nuestras minorías caraítas.
Los karaítas, grosso modo, son judíos que creen exclusivamente en el Tanaj y quienes niegan de tajo textos de exegesis como el Talmud, y otros como la Kabala. No festejan Januka, aborrecen toda noción o tradición rabínica, su judaísmo lo heredan por vía paterna, mezclan carne con leche, se arrodillan al rezar, no se ponen tefilin e interpretan la Biblia a título personal o comunitario sin reconocer la Tora Oral y sus derivaciones. Hace mil años, los caraítas representaban un porcentaje minoritario si bien importante de nuestra población. Vivian en Egipto, Persia, Afganistán (Hace unos años fueron descubiertos ahí documentos de un comerciante caraíta del siglo XIII), España (de donde nos quedan fabulosas Responsas entre Jajamim karaítas y rabinos o entre Jajamim Karaitas y curas), y Jerusalem donde aún hoy existe lo que quizás pueda ser la “sinagoga” más antigua de la ciudad. Esta última comunidad tuvo sus orígenes en migraciones de los Aveley Zion, un movimiento protosionista de karaítas persas que optó por organizarse de vuelta en Jerusalem par siglos antes de las cruzadas con el fin de revitalizar el carácter judío de la ciudad. Eventualmente, la mayoría del mundo karaíta asumió las costumbres de la mayoría talmúdicas, quedando solamente unos pocos como vestigio de lo que alguna vez fueron.
De un plumazo, rompieron por decreto su vínculo milenario con el pueblo de Israel, y ante las masas de cristianos antisemitas, pudieron argumentar que sus antepasados nunca estuvieron en Israel y por ende no mataron a Jesús ni escribieron el Talmud que tantos dolores de cabeza nos ha traído con nuestros detractores
No importa acá si los karaítas son descendientes directos de los zadokitas o de los Saduceos (que no necesariamente son el mismo grupo), o si solo se originaron con Anan ben David en Babilonia hace unos 1.200 años. Hoy en día puede haber unos 25.000 karaítas en Israel, acogidos como judíos bajo la Ley del Retorno y viviendo principalmente en Ashdod donde tienen sus Jajamim (rabinos) y Kenesot (sinagogas). Casi todos hicieron aliya en 1956 desde Egipto, su centro por excelencia; otros llegaron de Estambul y Crimea. Existe también una comunidad de unos 5.000 en Daly City al sur de San Francisco, también de origen egipcio, quienes desde hace 12 años optaron por permitir las conversiones hacia su grupo por primera vez en 1.200 años. Separados del resto del judaísmo mundial e incluso de sus hermanos karaítas, se encuentras unas pequeñísimas comunidades principalmente en Trakai, Halich, Varsovia, Lvov, Kiev, Eupatoria y Feodosia que podrán sumar escasamente algunos cientos y quienes hoy se hacen llamar Karaim (etnia, en plural hebreo)-Karaylar (idioma, en plural turcómano).
Los orígenes de estas comunidades son confusos y contradictorios y seguramente no seré yo quien logre descifrar el misterio. Lo que sigue es, como en una receta de cocina, un poco de ingredientes que contribuyeron, sea por acción o reacción, a la gesta de este grupúsculo de karaítas. Sabemos que hace 1.000 años vivían karaítas en la actual Turquía y que de ahí llegaron por el Cáucaso a establecerse en Crimea. Por otro lado, el legendario reino Kazar hacia el año 880 optó por convertirse del paganismo al judaísmo, experimento que duró escasas décadas antes de convertirse esta vez al cristianismo en su versión ortodoxa rusa. Antisemitas han usado ese capítulo de la historia para aducir que los judíos ashkenazis descendemos de kazares y como tal no somos semitas ni descendientes de las 12 tribus y por ende no tenemos derecho alguno al Israel bíblico o moderno. Si bien todo recuento histórico de los kazares habla de haber adoptado el judaísmo fariseico y talmúdico, los Karaim-Karaylar juran que fue el judaísmo en su versión karaíta la que adoptaron estas tribus y es de ellos de donde dicen descender. La importancia de este argumento se verá después.
En la zona del Cáucaso vivieron otras tribus turcómanas también, conocidas como los Karaim (del turco y ruso “Krim” o Crimea), un término curiosamente idéntico al vocablo hebreo para referirse a “karaítas”. Entre ellos, se asentaron también algunos judíos tanto rabínicos como karaitas y quienes adoptaron el idioma de este pueblo, el Karaylar. El Cáucaso también es hogar de comunidades judías milenarias, como son las de Georgia o la de los judíos de la Montaña, en Azerbaiyán (ver en google: Krasnaya Slovoda, el único “shtetl” puramente judío que queda hoy en el mundo) y quienes hablan Judeo-Tat (mezcla de hebreo con algún dialecto Tatar/Turcómano). Estas últimas, que bien pueden remontarse a la diáspora babilónica, eventualmente adoptaron la versión fariseica y rabínica de nuestro judaísmo. Sea cual fuere el origen verdadero, para el siglo XIII existían ya en Crimea unas importantes comunidades de karaítas, como la de Bakhshkisaray / Chufut Kale (en turco: “el castillo judío”) y de las cuales hoy sobreviven las de Feodosia y Eupatoria. En fin, un caldo de cultivo para desarrollar múltiples leyendas, y una colección de términos confusos que resultan propicios para la especulación que sin embargo nos pueden ilustrar a cerca de un grupo minoritario muy mezclado étnica y culturalmente.
Hace unos 700 años, el Gran Ducado de Lituania durante su momento de mayor expansión llegó con sus fronteras hasta el Mar Negro lo que convirtió a estos judíos karaítas en súbditos. El Gran Duque Vytautas llevó a su castillo en Trakai (media hora al occidente de Vilnius) a un grupo de karaítas para contratarlos como “guardaespaldas” y protectores del castillo. De ahí los orígenes karaítas en Lituania. Como minoría dentro de una minoría, estos karaítas encontraron en Trakai su nueva patria y forjaron un sentimiento de agradecimiento por haberlos sacado de una zona conflictiva y haberlos llevado con grandes privilegios a otra más pacífica. Esto nos hará recordar quizás el mismo espíritu con el que 2.500 años antes le dimos a Ciro el título de Mesías al permitirnos regresar a Jerusalem. El respeto por el Gran Duque Vytautas se evidencia incluso hoy en día en las casas de karaítas las cuales se reconocen fácilmente por tener tres ventanas en su frente: una para darle la bienvenida a Dios, otra para el Mesías y otra para el Gran Duque.
Los siguientes 500 años de historia karaíta no hacen mención de grandes poblaciones; si acaso unos pocos miles. Lo que sí hay son amplias narraciones, de parte y parte, a cerca de rutinarias rivalidades con la inmensa mayoría judía rabínica en Lituania, que por siglos fue el centro de la ortodoxia Talmúdica. A eso también hay que sumarle 500 años de casi continuo antisemitismo hacia rabínicos y karaitas por parte de mayorías cristianas. Los karaítas eran pues discriminados tanto por otros judíos como por cristianos. A mediados del siglo XIX Europa atravesó grandes transformaciones filosóficas y políticas. Surgieron las repúblicas europeas y los pueblos adquirieron conciencia nacional. Es así como entre nosotros surgió el Sionismo. Con el mismo orgullo nacional reinante, estos karaítas lituanos, aislados de los grandes núcleos karaítas de Egipto, decidieron lanzarse en la aventura de “descubrir y reeditar su pasado” presentándose como pueblo aparte. Recién ordenado como Jajam en Estambul, regresó a Trakai Abraham Firkovitch quien se convertiría en el padre del nacionalismo de estos karaítas. Rápidamente, se puso a la tarea de “encontrar evidencias” de un origen diferente. Viajó por el Imperio Otomano incluyendo Israel. Recopiló, y muy probablemente también fabricó, “evidencias” que usó para darle origen a un nuevo mito del génesis de su pueblo. Según él, y luego especialmente promocionado por el gran cismático karaíta del siglo XX Seraya Szapszal, los Karaim-Karaylar son un grupo netamente turcomano, que habitó las estepas del norte del Cáucaso y que siempre hablo Karaylar. “Probó” que, en algún momento, quizás en épocas de kazares, adoptaron la fe Mosaica en su versión karaíta y rechazaron de plano el Talmud y como tal y, por ende, concluyó que tampoco eran semitas.
De un plumazo, rompieron por decreto su vínculo milenario con el pueblo de Israel, y ante las masas de cristianos antisemitas, pudieron argumentar que sus antepasados nunca estuvieron en Israel y por tampoco mataron a Jesús ni escribieron el Talmud que tantos dolores de cabeza nos ha traído con nuestros detractores. Tristemente, toda la recopilación documental de Firkovitch se encuentra hoy bajo llave en los archivos del Hermitage en San Petersburgo y más que especular sobre su contenido, poco se puede hacer. Irónicamente, en su afán de distanciarse de rabinos, optaron por cercenar su identidad. Resolvieron que el término “Jajam” viene más bien del turco “Khan” y hoy sus líderes se llama “HaKhan”. Así como hace 1.200 años Anan ben David rompió con el judaísmo talmúdico formulado un nuevo calendario, estos karaim fabricaron hace más de un siglo con una nueva “Agenda”. Dejaron de leer y rezar en hebreo para hacerlo en Karaylar, pero no escrito en su versión original con caracteres turcomanos, sino en letras latinas que adoptara Ataturk en su plan de occidentalización de la cultura turca hacia principios del siglo XX. De alguna curiosa manera, dicen seguir la Tora, creer en Moises, en los 10 mandamientos y se describen a sí mismos como turcos de fe Mosaica. Pero hoy en día casi nadie sigue esos principios, ni sienten vinculo espiritual con Israel o con nosotros. Es más, se ofenden ante la más mínima asociación. Si bien sus tumbas, liturgia y textos anteriores a la época de Firkovitch están escritos en hebreo, y toda documentación histórica tanto de fuentes judías rabínicas como karaítas y del mundo gentil los definen como “judíos semitas”, sus nuevas generaciones se niegan a admitir ese pasado. Sus tradiciones son muy confusas y contradictorias, y después de 70 años bajo yugo Comunista, es poco lo que hoy queda de ellos más allá de un restaurante donde venden kibbes (kibeneyes, en Karaylar) y una Kenesa que no usan.
Irónicamente para nosotros, esa de-judaización étnica que por decreto establecieron hace 150 años y con la que tramaron a Zares y Duques, fue precisamente la que años más tarde les permitió escaparse del Holocausto: Salvaron su pellejo convenciendo a los nazis argumentando que eran turcos de fe Mosaica, pero en el proceso autodestruyeron su propia identidad y su pasado. Apuesto a que dentro de una generación no existirá un solo Karaim-Karaylar que se identifique como tal. Algunos pocos seguirán rompiendo con su comunidad como reacción a la inmensa contradicción de sus principios. Muchos seguirán convirtiéndose al cristianismo; unos pocos seguirán haciendo aliya y reintegrándose al pueblo de Israel, sea como judíos rabínicos o karaítas. En el último siglo los samaritanos se multiplicaron cinco veces beneficiándose de Israel y del mundo judío. Los Karaim-Karaylar en cambio, no son hoy la quinta parte de lo que eran hace cien años, precisamente por distanciarse de sus orígenes y negarlos. Ellos constituyen, a mi modo de ver, una anomalía patológica de los efectos que la Diáspora tiene entre nosotros y una evidencia más de la imperiosa necesidad de saberse adaptar a las circunstancias y de saber interpretar la Ley sin vulnerar nuestra identidad.
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