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Foto del escritorJack Goldstein

Juicio político al presidente de una Corte Suprema de Justicia: antecedentes bíblicos

En la modernidad, el proceso de acusación y juicio político para la eventual destitución de un mandatario se remonta a la Inglaterra del siglo XIV

Por el rabino Fishel Szlajen Bíblicamente, la monarquía davídica está designada divinamente por los profetas, a diferencia de otros gobernantes y de la monarquía no davídica, cuyos mandatarios son establecidos por el pueblo. Luego, no solo todos estos últimos pueden ser impugnados, revocando su mandato y sometidos al traspaso ministerial, sino que incluso en el caso de la casa de David, si bien no podía transferirse a una dinastía no davídica, el monarca podía ser reemplazado por otro de la misma dinastía, tal como el caso de Jeroboam en Reyes I, 11-14.

En otras palabras, el rey designado por el pueblo, así como el davídico por el profeta, deben cumplir con la Ley tal como lo estipula el Deuteronomio 17 y Samuel I:8, y en caso negativo, siendo malvado o corrupto, puede el primero ser depuesto por el pueblo, o reemplazado en el segundo caso salvaguardando la continuidad dinástica. Sin embargo, la cuestión crucial es si existe un proceso de acusación y destitución política, ya que frecuentemente la metodología para la destitución de los máximos poderes estatales era violenta. Entre los ejemplos más destacados de estos últimos casos en el antiguo Israel, y donde la destitución era buscada por segmentos de la élite gobernante, se encuentran los siguientes. En Reyes I:16 se narra cómo en el siglo IX a.e.c., el rey Elá ben Bashá, transgresor y vanidoso gobernante del reino de Israel, llevando a su pueblo a la ruina, fue asesinado por su jefe de armas, Zimrí, liquidando además a toda la descendencia de Bashá, para luego intentar gobernar en su lugar, pero finalmente suicidándose cuando el pueblo hizo gobernante a Omrí, jefe del ejército.

En Reyes II:12 se observa que el gobernante Iehoash, rey de Iehudá, tomó todo el oro del Templo y del palacio real que había sido consagrado por sí mismo y por sus padres, los reyes Iehoshafat, Iehoram y Ajaziahu de Iehudá, y los envió al rey Jazael de Aram evitando que conquiste Jerusalén. Esto no fue bien visto por los miembros de su corte, quienes conspiraron asesinándolo.

Un destino similar le aguardaba en el siglo VII a.e.c., al rey Amón de Iehudá, asesinado, como se narra en Reyes II:21, por su propia corte, con motivo de haber traído la idolatría al pueblo.

En Jeremías 41 se refiere a cómo en el siglo VI a.e.c., luego de la destrucción del Primer Templo de Jerusalén, Guedaliahu ben Ajikam, gobernador de Iehudá designado por las autoridades de Babilonia, y quien alentó a los refugiados judíos a regresar desde el exilio, con la certeza que abogaría por ellos ante los gobernantes babilónicos y mantendría la paz, fue asesinado por Ishmael ben Netania y otros conspiradores debido a que lo consideraban un traidor. Aunque con su muerte finalizó trágicamente la vida judía en la región hasta el regreso de los exiliados.

Con las respectivas diferencias, esta forma violenta, frecuentemente asesinato, por la cual los gobernantes o altos funcionarios judiciales eran destituidos, también fue común en otras naciones como el caso de Julio César en el 44 a.e.c., Calígula en el 41 e.c., Claudio en el 54 e.c., o Domiciano en el 96 e.c. Metodología que aun en el presente continúa vigente en algunas partes del mundo.

Pero en los primeros siglos de la era común, el primer caso documentado de un proceso de acusación y destitución sin derramamiento de sangre ni convulsión política fue el de Gamliel II, otrora presidente del Sanhedrín, corte suprema de justicia, durante varias décadas tras la caída del Segundo Templo, luego del 70 e.c. En este caso la solución fue política y de hecho la única aceptable. Gamliel II era el tataranieto del gran sabio Hillel y el primero en llevar el título de presidente del Sanhedrín durante el siglo I y II e.c., y a quien se le otorgó por primera vez el título de “nasí” o príncipe, elevándolo en la estimación pública reviviendo la designación bíblica para el jefe de la nación o máximo mandatario.

El judaísmo entonces se encontraba en una grave crisis, dada la destrucción del Templo de Jerusalén, la imposibilidad de los oficios sacerdotales y las luchas internas entre distintas facciones doctrinarias. Gamliel II, como titular del entonces mayor organismo de gobierno judío, comprendió, al igual que su predecesor, Iojanan ben Zakai, que a menos que él y sus colegas pudieran hacer que el pueblo supere aquellos sucesos logrando la unidad, el judaísmo corría serios riesgos para su continuidad.

En su afán de lograr dicho objetivo, por sobre todo evitar la desunión del pueblo judío ante la pérdida de la autonomía política frente a Roma, decidió guardar celosamente su poder y aplicarlo con suma severidad, no por cuestión de orgullo ni honor sino para defender el judaísmo ante los paganos y mantener la unión entre las otrora diferentes escuelas legales del pueblo judío, la de Hilel y Shamai. Todo lo cual, aunque con algunas polémicas, logró y con creces, construyendo además todo un cuerpo de decisiones legales en diversas áreas del corpus jurídico judío que fueron transmitidas durante generaciones hasta el presente. Pero en su aspiración de lograr estos loables objetivos, aplicó de forma implacable contra los opositores a las decisiones del organismo que presidía el instrumento legal de la prohibición, incluso excomulgando a su propio cuñado, tal como atestigua el tratado talmúdico, Babá Metziá 59b.

En el tratado talmúdico Bejorot 36a se describe una de estas tantas controversias sobre cuestiones legales, y cómo uno de sus mayores opositores, Iehoshúa ben Janiná, desafiando a Gamliel II, fue humillado públicamente ante otros sabios.

En el tratado Brajot 27b-28a se explica en detalle lo sucedido y cómo este caso fue el punto límite ante el cual los demás sabios concluyeron que Gamliel II era culpable de abuso de poder. Ante ello, declararon por votación su destitución como presidente y en su lugar, eligieron a Eleazar ben Azariá, incluso cuando éste tenía sólo 18 años, pero que por semejante responsabilidad declaró que era como tener 70.

Gamliel II, tomó consciencia del error en su proceder y se disculpó con Iehoshúa ben Janiná, quien dudoso, no sólo finalmente aceptó la disculpa, sino que además se esforzó magnánimamente para que Gamaliel II fuera restituido como presidente. Luego la historia se torna un poco confusa, sugiriendo el Talmud babilónico que Gamliel II y Eleazar ben Azariá compartieron la presidencia del Sanhedrín, mientras que el Talmud jerosolimitano afirma que Gamaliel II ocupó el cargo y que Eleazar fue vicepresidente.

En la modernidad el proceso de acusación y juicio político para la eventual destitución de un mandatario se remonta a la Inglaterra del siglo XIV, como forma parlamentaria para responsabilizar a los ministros del rey por sus acciones públicas. El primer caso moderno fue el del presidente estadounidense Andrew Johnson en 1868, el cual finalmente fue absuelto por el Senado. Pero hace 1.900 años sin derramamiento de sangre ni provocando inestabilidad política, un presidente de la corte suprema de justicia y máximo mandatario de la nación, fue acusado, enjuiciado y destituido de su cargo, no por desacuerdos políticos ni estilos administrativos, sino por abuso de poder. Aunque luego reelegido para su cargo por sus virtudes sapienciales, modestia y logros en la restauración de la unidad doctrinaria dentro del pueblo judío, pero una vez que estuvo lo suficientemente arrepentido actuando acorde a su contrición.

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