En defensa de la solución de dos estados – la sabiduría de la obstinación
Por Oded Guttman
Israel acaba de firmar en Washington dos acuerdos de normalización de relaciones con los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahrain. Este es un avance significativo a nivel diplomático y estratégico para Israel que tiene que ser celebrado. El beneficio que reporta esta salida del closet, pues los vínculos de cooperación militar y los canales diplomáticos ya existían y eran fuertes, sobrepasa muy de lejos los limitados costos que por ahora hemos conocido, incluyendo la esperada venta de aviones de combate F-35 a los EAU. Muchos ya hablan, quizás apresuradamente, de un nuevo Medio Oriente y la expectativa es que eventualmente Arabia Saudita también dará el salto.
Para muchos el premio mayor fue sacar el conflicto con los palestinos del medio de la vía, abrir el tablero y romper el axioma imperante que la resolución a todos los demás asuntos en la región estaba subordinada a una solución al conflicto palestino-israelí. Este argumento tiene mucho merito pero también contiene una gran paradoja. Si bien Israel sale fortalecido estratégicamente, con mucho mayor margen de maniobra en relación a Irán y otros retos regionales, esa fortaleza trae empacada un costo oculto: si antes de los recientes acuerdos el gobierno israelí no traía mayor prisa en resolver el problema palestino, con este reordenamiento del tablero el incentivo para resolverlo prácticamente desaparece. Es decir, Israel venía bastante cómodo con el estatus quo con los palestinos, sin ningún sentido de urgencia para resolver el conflicto, y ahora esta más cómodo que nunca. La paradoja es que la no resolución del conflicto con los palestinos, el estatus quo, constituye eventualmente un riesgo existencial para Israel – en algún momento perderá su carácter judío (la demografía) o su carácter democrático (una persona, un voto).
Acá estoy nadando contra la corriente. Como fuerza política y en el mercado de las ideas, el llamado “campo de la paz”, en Israel y en la diáspora, ha tenido unos veinte años de solo retrocesos. La segunda intifada y el terrorismo de principios de siglo fueron traumáticos para Israel y explican, en buena medida, el viraje a la derecha que representa Netanyahu. Sostener que es posible y deseable en el corto plazo una solución negociada de dos estados para Israel y los palestinos genera en el mejor de los casos, bostezos y miradas de condescendencia, cuando no insultos. La sabiduría convencional es que ese camino ya se recorrió y la cosa terminó en lagrimas y sangre; esta perspectiva tiene mucho de convencional y muy poco de sabiduría.
El asunto es que el problema con los palestinos sigue ahí por mucho que sea ignorado. Yossi Klein Halevi, en su hermoso libro Cartas a mi vecino palestino, busca establecer un dialogo con un vecino palestino a que Klein Halevi no conoce pero a quien ve desde el balcón de su casa en Jerusalén. Su objetivo es tratar de cortar el circulo vicioso de las narrativas divergentes y mutuamente excluyentes de israelíes y palestinos; neutralizar, de lado y lado, el proceso corrosivo que deshumaniza al otro; y una de las formas de deshumanizar al otro es ignorar su existencia. Como muestra Klein Halevi, el imperativo moral y práctico sigue igual de vigente así que tenemos que seguir argumentando el caso de la necesidad de una solución de dos estados, justa y pronta.
Primero, reitero que la solución tiene que ser de dos estados. Suena obvio, pero no lo es. La estrategia de Bibi en relación a los palestinos parece ser el mantener el estatus quo indefinidamente. Pero el estatus quo no es sostenible, ni es moralmente aceptable, pues el resultado es que cinco millones de palestinos en los territorios ocupados y Gaza tienen muy limitados derechos civiles y políticos, y no cuentan con autonomía para decidir su destino. Algunos argumentan que la conclusión lógica de seguir como vamos es un solo estado democrático entre el Mediterráneo y el río Jordán, ni judío ni palestino, pero donde los judíos serán minoría; éste es el riesgo existencial al que me refiero mas arriba y bien puede ser el objetivo último y maximalista del liderazgo palestino. La solución en mi opinión tampoco es un estado confederado como recientemente propuso el comentarista progresista americano Peter Beinhart; sus argumentos son muy poco persuasivos y no me puedo imaginar el berenjenal que sería esta solución. Es decir, por descarte, el único camino viable es una solución de dos estados.
Segundo, la solución debe ser justa, entendida como un paquete que logre reivindicar, no todas, pero sí, una buena parte de las demandas de las partes. Hoy el balance de poder favorece a Israel, pero el “acuerdo del siglo” que Jared Kushner puso sobre la mesa, así fuera viable imponerlo a la brava, no sería sostenible pues otorga casi toda la torta a Israel y ofrece muy poco a los palestinos. El “acuerdo del siglo”, evaluado como documento marco para eventualmente desenredar el plato de espaguetis que es este conflicto tiene el mismo valor de mercado que un diploma de Trump University. Arreglos que son percibidos como altamente desbalanceados no son estables y menos con un vecino con quien tendremos que convivir hacia futuro; esta no es una transacción única en el shuk entre un tendero y un turista que nunca se volverán a ver las caras.
Finalmente, la solución debe ser pronta, no puede esperar otra generación. La relación de poder favorable para Israel, con los palestinos cada vez mas olvidados por el resto del mundo árabe, genera una falsa sensación de que el tiempo está de nuestro lado. No lo está. La marea demográfica es de movimiento lento pero favorece a los palestinos. La ocupación, si bien no afecta el día a día de gran parte de los ciudadanos de Israel, es corrosiva y toxica para la democracia; y es además un estado de las cosas injusto y opresivo para con los palestinos.
Los detractores de siempre me dirán que no hay con quien negociar, que la culpa es de ellos, que tienen una cultura de victimización que no les permite salir de sus problemas, que parafraseando a Abba Eban “los palestinos nunca dejan pasar una oportunidad de dejar pasar una oportunidad”, que el terrorismo es una amenaza real. Muchas de estas consideraciones son reales, muchas verdades a medias, pero no hacer nada al respecto, mantener la cabeza enterrada en la arena, ignorar que del otro lado hay seres humanos que también aspiran a una vida digna y a un futuro de autodeterminación, no parece una estrategia sensata.
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