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Foto del escritorJack Goldstein

El Grinch que se robó Januca

Actualizado: 9 dic 2020

Uno de mis artículos preferidos y más controvertidos. Januca es una fiesta muy alegre, pero llena de contradicciones que suelen pasar desapercibidas. La reina de las fiestas "apócrifas". Jag sameaj a todos.



El Grinch que se robó Januca

diciembre, 2011


El malvado Grinch se roba la Navidad en el cuento de Dr. Seuss y Ebenezer Scrooge es, en la novela de Dickens, el maloso que no gusta de la fiesta. Debatiré el cuento tradicional de Januca con argumentos históricos, talmúdicos y especulativos, muchos propios y otros prestados, para seguramente terminar siendo tildado de Grinch o de Apikores, un término apropiadamente helénico en sintonía con el espíritu de esta fecha.


Debatiré el cuento tradicional de Januca con argumentos históricos, talmúdicos y especulativos, muchos propios y otros prestados, para seguramente terminar siendo tildado de Grinch o de Apikores, un término apropiadamente helénico en sintonía con el espíritu de esta fecha.

Januca es nuestra fiesta de las velitas. Regalamos juguetes a los niños, comemos deliciosos postres fritos, jugamos a la pirinola, y recordamos cómo milagrosamente una pizca de aceite duró ardiendo ocho días. Desde hace unos 50 años la celebramos de manera pública en calles y parques con grandes despliegues de mega-candelabros patrocinados por Chabad. Es además la fiesta que casi coincide con Navidad, las novenas y la fiesta católica de las velitas de la Inmaculada Concepción. A muchos nos habrá tocado explicarles a amigos no judíos que Januca no es el equivalente a su Navidad, así como Pesaj no es Semana Santa. Para nosotros, Januca es una fiesta menor pero bonita y que es apenas una coincidencia del calendario que ese milagro hace unos 2100 años se diera justo por la acomodada fecha del nacimiento de Jesús. Pero capaz que tanto Januca como Navidad tienen un pasado común. Capaz se trata de otro de los tantos casos en que una fecha, un lugar de oración, un templo, o una tradición es asimilada y adoptada como propia y original por otra cultura.




¿Será coincidencia que tengamos una fiesta de ocho días simultáneamente con otras culturas que además festejan el nacimiento de sus deidades? No solamente el mundo Cristiano, que es posterior a los Macabeos, sino muchas culturas en todas las latitudes lo han hecho con deidades que precedieron por cientos o miles de años a Matityahu: Alción entre los griegos; Isis, Osiris y Horus/Ra entre los egipcios; Huitzilopochtli entre aztecas y Soyal o la mujer-araña entre los Hopi; Amaterasu entre los Shinto de Japón; Frigga y Odin entre los nórdicos; Ma, Mithra, Zoroastro. En fin… El gran dios Dionisio fue luego adaptado por romanos bajo la figura de Baco a quien le festejaban ocho días de Brumalia (fiesta mencionada en el Talmud), durante la cual los esclavos se liberaban de sus amos durante un día. Todas comparten un trasfondo agrario y astronómico. Al fin y al cabo, Pesaj, al comienzo de la primavera boreal, celebra nuestra primavera como nación y nos invita a rezar por el rocío. Shavuot coincide con la cosecha de primicias y la “germinación” de la Ley de Dios. Sukot nos invita a construir cabañas en el desierto justo para el comienzo del otoño y los rezos por las lluvias. Januca en Diciembre no pudiera quedarse atrás, tiene que ver con el solsticio de invierno, con la simbólica muerte del Sol y su inmediato renacimiento. No es un hecho histórico ni milagroso. Veamos otros antecedentes:

Antes de que se cantaran novenas en Navidad o que derrotáramos a los Seléucidas, los romanos festejaban la Saturnalia durante la semana comprendida entre el 17 y 24 de diciembre del Calendario Juliano, o sea un 8 de Diciembre en el calendario Gregoriano, día de la velitas y de la Virgen. No era más que, literalmente, unas bacanales sabrosongas (del dios Baco) con juegos, regalos y comidas fritas. Era la semana al final de la cual el mundo llegaba a su fin y el dios Sol estaba en su punto más bajo. Felizmente, el día 25 el Sol renacía de nuevo. El acto más representativo de esta festividad consistía en encender a diario una velita adicional en un arbolito el cual venía perdiendo sus hojas durante el otoño y que necesitaba de unas bolitas o estrellitas de fuego para manifestar su renovación. Cada velita era una humilde manifestación de apoyo a un Sol en agonía. Si el Sol bajaba cada día un grado de luminosidad, todo buen ciudadano romano le ayudaría compensándolo con un grado más de luz a punta de velitas.

Zaratustra vivió hace unos 2800 años en la zona donde las tribus del reino del norte fueron a parar durante su exilio. Contemplando el fuego que resultaba de los escapes de gas y las burbujas de nafta (“neftar”) que brotaban en las riberas del Caspio, Zaratustra formuló los principios del Zoroastrismo, religión que vino a imponerse en Babilonia y Persia. Siglos después, el turno del exilio le tocó a las tribus de Judá, Simeón, Levi y a los pocos que no logramos aniquilar de la tribu de Benjamín. El Tanaj dice que al momento de regresar a Judea, nuestros antepasados habían olvidado la tribu a la que pertenecían o si eran Levitas o no, pero cortesía de ese corto exilio regresaron con novedosos conceptos como el netilat yadayim, el birkat hamazon, el calendario con sus ciclos, los nombres de los meses, un nuevo abecedario, un nuevo idioma y una nueva manera de heredar la religión. Pero también importamos la bonita costumbre de encender velas en casa durante Shabat y festividades (contraviniendo el mandamiento divino), incluso alineando puntos de fuegos en los portales de las casas o Templo, no necesariamente con aceite de oliva sino con neftar. Otra bonita coincidencia.

Pero, oh sorpresa saber que nuestros sabios cuentan la historia de cómo Adán (quien obviamente es anterior a todos) veía que los días en el hemisferio norte se tornaban gradualmente más cortos. El mundo se oscurecía, retornaba al caos y a la confusión. Se preguntaba si acaso se trataba de un castigo por sus pecados. En arrepentimiento, Adán comenzó a ayunar los ocho días previos al solsticio. Al cabo de ese tiempo, Adán notó que el Sol nuevamente comenzaba a reinar por más tiempo cada día. Era momento de celebrar. Fue entonces Adán quien instituyó los festejos previos al solsticio. El solsticio de invierno se convertiría pronto en la muerte y renacimiento de dioses.

Hagamos ahora una cronología de eventos y tradiciones específicas a la fiesta de Januca:

Matityahu se rebela contra los Seléucidas en el año 165 AEC, y un 25 de Jeshvan (que cae en Noviembre y nunca en Diciembre) retoma el poder del Templo para poder reiniciar el culto, los sacrificios y encender fuegos con “neftar”. De tal forma, cuando decimos “bayamim hahem, bazman haze” (en esos días y en estos tiempos) estamos desfasándonos por un mes. Además, ¿A qué se debe la angustia de no tener una llama ardiendo si igual no habría sido esa la primera vez que nos quedáramos así en el Templo? ¿Por qué le damos tanta trascendencia a la llama y no al Tabernáculo de Dios del que nunca registramos su pérdida? Con los Macabeos llega a Jerusalem un gobierno de provincia y no de la clase sacerdotal reinante, en últimas, un gobierno revolucionario.

Con pasión extrema comienzan los Macabeos a aniquilar helenos y helenizados. La dinastía Jasmonea (de la palabra Shemen, o aceite) comienza a reinar con la espada argumentando su fidelidad a la Ley de Dios (léase: “proto-talibanes”). En menos de una generación, los jasmoneos comienzan a matarse entre sí, a helenizarse y a olvidar su razón de ser para dedicarse de lleno a abusar del poder. Asumen nombres y costumbres griegas. En lo que personalmente considero es el principio del periodo de mayor vileza de nuestra historia, los jasmoneos convierten a la fuerza a muchos pueblos y masacran a quienes no se dejan. En términos contemporáneos, hacen limpieza étnica. Destruyen el Templo samaritano en Gerizim, y someten sin piedad a la Galilea y Transjordania. De esos pueblos conversos o de esas zonas geográficas vendrán algunas generaciones después figuras como Herodes, Jesús y sus discípulos.

Apenas en el año 130 AEC, 35 años después de la victoria contra el Imperio, se instaura la “Dedicación del Templo” (o Januca), ceremonia que utilizaron los jasmoneos para afianzarse en el poder una dinastía cada vez más alejada de su judaísmo. Hasta esa fecha no había evidencia ni referencia alguna a un milagro. El libro de Macabeos I que hace parte del Nuevo Testamento mas no de nuestro Tanaj (son efectivamente dos compilaciones y redacciones diferentes y leídas por religiones diferentes - ¡unos verdaderos apócrifos!) narra esta historia. En vista de que 35 años antes no hubo oportunidad de festejar Sukot en la fecha adecuada por estar el Templo en manos enemigas, se organizó un Sukot Sheni para Kislev fecha que luego sirvió para adaptar Januca. Macabeos II, particularmente cargado de imágenes dantescas, describe cómo se trasladó la victoria militar del 25 de Jeshvan al 25 de Kislev y sutilmente se hizo coincidir la nueva fiesta con la vieja Saturnalia quedando todos felices. Convenientemente, todo quedó corrido un mes. Ninguno de los dos libros fue canonizado en el Tanaj porque, además de incluir algunos relatos exquisitamente bochornosos y fantasmagóricos, no existen referencias implícitas de los Macabeos en la Tora, y ningún libro habla de milagros con aceite ni ubica los hechos originales en el mes de Kislev.

Para el año 90 AEC el pueblo ya está claramente dividido entre fariseos, saduceos, esenios y varios grupúsculos mesiánicos. 50 años más tarde, las legiones romanas son invitadas a gobernar Judea para sacarnos del caos reinante. Un siglo después, en el año 70 EC, y en medio de la más patética guerra civil, perdemos todo. Lo que con heroísmo peleó Matityahu 235 años antes, rápidamente se transformó en un sistema violento, corrupto e irónicamente helenizado que nos condujo como nación a nuestro punto más bajo y a la eventual pérdida de nuestra soberanía, del Templo y a un exilio milenario.

Hace dos mil años Hilel y Shamai discutian cual debería ser la forma de la Menorá/Janukiya (curioso porque teóricamente aun reposaba en el Templo) y la manera en que se tenían que encender las velas, evidencia implícita de que ésta les era una “tradición nueva”. Además, no recuerdo que se hayan referido a Januca como la fiesta del milagro del aceite. Como con toda la normativa judía actual, seguimos las opiniones de Hilel pues son consideradas más apropiadas para este mundo, mientras que las de Shamai las dejamos para cuando llegue el Mesías. Es por eso que encendemos cada día una vela más (comenzando con una y terminando con ocho tal cual hacían los romanos durante Saturnalia, y no de ocho a una como dispone Shamai). Además, la encendíamos exclusivamente hasta hace unos 50 años en candelabros con los brazos arqueados, como se aprecian en escudo de Israel, en los mosaicos de infinidad de sinagogas de la antigüedad y en el arco de triunfo de Tito en Roma. La Janukiya de los brazos rectos y elevados en ángulo sobre el Shamash está supuestamente reservada para la época mesiánica. Seguramente, si algunos grupos judíos la usan hoy en día es porque quieren insinuar (o inadvertidamente siguen a quienes así lo hacen) que ya estamos al menos en el umbral de la era mesiánica. Habrá que estar prestos a ver cuando comiencen a encender ocho velas la primera noche ya que ese sería el campanazo de que el Mesías está ya manifestado entre nosotros.

Apenas hacia el año 90 EC, en los libros de Flavio Josefo, contamos con la primera mención de Januca como la “Fiesta de las Luces”, quizás porque ya sin Templo, ni sacrificios, tampoco habían menorot ni luces. Januca se convertía así en la fiesta farisea por excelencia, una nueva y marcada diferencia en el calendario con los saduceos y esenios que prontamente desaparecerían al no saber funcionar sin Templo, y simbolizaría el recuerdo de un Templo que yacía en ruinas y por el que habríamos de anhelar para retomar el poder. Januca es la fiesta que recuerda explícitamente la victoria macabea sobre los helenos e implícitamente la victoria farisea sobre los demás grupos judíos.

Masejta Shabat / 21 / amud Bet del Talmud Babilónico es el primer indicio probado que tenemos en que se canoniza a Januca como la fiesta del milagro del aceite. Si esa masejta se escribió cualquier momento entre los años 200 y 500 EC, época de la compilación del Talmud, entonces es un texto con mínimo 365 años de retraso con las historias que narra, y quizás también 665. Si sabemos lo distorsionados y contradictorios que salieron cuatro Evangelios escritos apenas unos 50 años después de la muerte de Jesús debemos al menos dudar de la exactitud de este otro texto. Esta masejta está tan lejos históricamente del milagro como lo estamos nosotros a finales del 2011 de las matanzas de Bogan Jmelnitski en Ucrania en el primer supuesto, o de la Peste Negra en el segundo supuesto.

Casi dos mil años después, el mundo cristiano sigue cantando novenas para el solsticio y festejando el nacimiento de Jesús un 25 de Diciembre. El año fiscal se cierra par días después. Las bolitas o estrellitas en los árboles de Navidad suplantan a los fuegos de los matorrales de Saturnalia. Los judíos reformistas en Estados Unidos celebran Januca con particular pasión sin caer en cuenta que lo que hacen es festejar la victoria militar de un grupo de talibanes judíos que se dedicó a decapitar a cuanto reformista judío encontraba a su paso. Algunos judíos ortodoxos y sus inadvertidos seguidores exhiben en la vía pública janukiyot reservadas por ellos mismos para la época mesiánica. Indiferentemente de religión, todos comemos latkes, natillas o buñuelos, cantamos ya sean novenas o zmirot, y todos prendemos velitas. Este 21 de Diciembre el sol llegará a su punto mínimo en el hemisferio norte y apuesto un platado de latkes a que desde la mañana siguiente los días comenzaran a ser más largos.

Personalmente, dudo que me verán rezando Halel, Al Hanisim, oyendo Tora durante un Moed Katan Gadol sin Sefer propio o recordando un milagro que no ocurrió y que se vino a canonizar casi cuatro siglos después de la victoria Macabea. Compartiré felizmente cualquier fiesta a la que este invitado y respetaré a todo aquel que crea en el milagro. Tampoco me inspira celebrar una fiesta en una fecha equivocada y acomodada a festividades paganas y a miedos astronómicos ancestrales. Me fascinará compartir latkes y jugar pirinola con mis sobrinos como vínculo histórico con un centenar de generaciones que me preceden y recordar la valentía que demostraron unos fulanos hace 2175 años (mes más o mes menos) para hacer respetar el terruño, la cultura y la soberanía sobreponiéndose a un enemigo militarmente superior. Pero también recordaré con preocupación la forma rápida en que esas victorias degeneraron en un periodo de guerras fratricidas. No sea que las divisiones políticas y religiosas, y los mesianismos que otrora probaron ser nefastos (BaYamim Hahem) se repitan en estos días (BaZman Haze) y nos conduzcan de nuevo a guerras fratricidas, exilios y a la pérdida de nuestra soberanía.

Nota: Agradezco a mis amigos Nehemia Gordon y el rav Daniel Shmuels por ciertos aportes puntuales a este artículo. Hago la salvedad que no todo lo que escribo es reflejo del pensamientos de ellos; muchas cosas que acá escribo no las comparten.



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