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El elefante amazónico: Una verdad incómoda

Foto del escritor: Jack GoldsteinJack Goldstein



Por Omar Bula

En realidad, según las fuentes, las especies sudamericanas de elefantes se extinguieron hace 4000 o 6000 años. En este caso, sin embargo, me centraré en otra especie que reina hoy por hoy en nuestra Amazonía y arrasa con todo a su paso.


Recientemente tuvo lugar la Cumbre Amazónica en Belém, Brasil, donde los ocho países miembros de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) —Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela— discutieron estrategias para combatir la deforestación, el crimen organizado y promover el desarrollo sostenible.


Para muchos, el resultado no fue más que un compendio de buenas intenciones con objetivos vagos y sin plazos definidos.


Por ejemplo, no se logró consensuar un objetivo común para poner fin a la deforestación. Además, se generaron tensiones en torno al tema del desarrollo petrolero y, en lo que se refiere al crimen organizado, se limitaron a condenarlo vivamente y a reiterar su intención de colaborar para combatirlo.


Los principales medios de comunicación, por su parte, optaron por destacar la firma de un comunicado conjunto en el que las naciones instan al mundo desarrollado a cumplir su parte en la financiación de acciones climáticas.


Lo curioso en todo esto es que, como si hubiesen llegado a un acuerdo implícito, todos optaron por obviar el "elefante en la sala", ese tema elemental, evidente y espinoso que muchos prefieren evitar.


En efecto, un enorme paquidermo conocido como narcotráfico está devastando la selva amazónica de cada uno de los países participantes en la cumbre, día tras día, sin clemencia, aunque nadie hable al respecto.


En Colombia, según el Centro de Pensamiento Estratégico Internacional (CEPEI), solo durante el periodo entre 2014 y 2017, se perdieron alrededor de 171,000 hectáreas de bosque debido a la expansión de los cultivos de coca.


En 2017, el entonces Ministro de Ambiente afirmó que la deforestación relacionada con los cultivos de coca representaba el 24% del total deforestado en el país. En otras palabras, los cultivos destruían 137 hectáreas de bosque natural colombiano diariamente.


Pero el problema no se limita a talar parte de la selva para dar espacio a los cultivos de coca. También implica abrir caminos para carreteras de acceso y pistas de aterrizaje clandestinas, además de contaminar los suelos y las aguas con toneladas de sustancias químicas.


Peor aún, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) considera que esto es solo la punta del iceberg.


En su informe anual de 2023, donde se aborda el fenómeno de la "Narco-Deforestación" y el impacto del crimen organizado en la selva amazónica, la UNODC enfatiza que el narcotráfico está estrechamente ligado a todas las actividades que dejan las peores huellas ambientales en la Amazonía. Esto abarca la ganadería, la minería ilegal, el tráfico de madera y la caza furtiva de especies silvestres.


El informe advierte: "Vastas áreas de la cuenca amazónica están siendo testigo de la convergencia de múltiples formas de delincuencia, lo que representa una creciente amenaza para la mayor selva tropical del mundo".


Porque son los grandes cárteles de droga, los mismos poderosos grupos delictivos que hoy se sientan a discutir la "paz" con el gobierno de Colombia mientras que plantan y exportan droga a todo vapor, los que perpetran los peores crímenes medioambientales.


"¿Cómo protegemos la vida en la Selva?", preguntó el presidente de Colombia, Gustavo Petro, en su típico tono de sabio salvador del planeta. Propuso heroicamente la creación de una "OTAN Amazónica", una alianza militar para resguardar la selva, y un tribunal internacional para enjuiciar los delitos ambientales contra la Amazonía.


Pues, si se instaurara tal tribunal, Petro mismo debería ser el primero en ocupar el banco de los acusados, seguido de una parranda de gobernantes vinculados al tráfico de drogas en los países amazónicos.


La acusación: darle rienda suelta al narcotráfico, el motor de los peores daños ambientales de nuestra preciada Amazonía - un crimen contra la humanidad.


Ese enorme elefante no lo oculta nadie.

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