De las cenizas brotan rosas
Por Hanna Gloria
Corrían los últimos años del siglo XIX y en Polonia, en el seno de una familia judía, de profesión tipógrafos, nace el pequeño Michael quien, siguiendo las tradiciones judías de la zona europea, es llamado como su abuelo paterno.
Michael creció en un medio obrero y profundamente religioso. Desde generaciones anteriores, eran todos judíos. Su padre, Israel, era impresor en la ciudad de Lodz y trabajaba incansablemente para mantener a su familia de 5 hijos, de ellos 3 mujeres y 2 varones.
El recuerdo queda en nuestros corazones, la enseñanza transmitida fue hermosa y la vida ha continuado. Solo nos resta decir que luchemos día a día, codo a codo porque en el mundo no se desate otra guerra como esa y nadie tenga que sufrir otra Shoa. Fueron años duros, dejaron secuelas físicas y mentales que han pasado de una generación a otra.
La vida de la familia transcurría en un ambiente agradable hasta que en el año 1914 se desata la Primera Guerra Mundial y aunque Polonia no fue de los países que más sufrieron las consecuencias de esta Guerra, en la prole de la familia se vivieron momentos críticos, ya que el sentimiento en contra de la guerra era algo intrínseco en ellos y salieron de la ciudad Lodz hacia Varsovia, recomenzando sus vidas.
Michael ya en esa época llevaba dentro de sí un sentimiento a favor de la paz y se alió al Partido Obrero, llevando a cabo trabajos impresos en forma clandestina, que promovían el fin de la Guerra y hacían llamados a poner término a la matanza que se había comenzado.
Al final de la Primera Guerra Mundial, ya Michael era un miembro activo del Partido Obrero, pero su vida como tipógrafo-impresor continuó sin mayores tropiezos.
Por esa época, en los albores de 1917 nace en una pequeña ciudad de Polonia Rebeca, también en el seno de una familia judía. Ya la Primera Guerra Mundial casi terminaba por ese tiempo, por lo que para ella no constituyó ningún suceso de trascendencia. Sin embargo, en la década de los años 30´s del siglo XX, la familia de Rebeca se traslada hacia Varsovia para obtener algo más de bienestar, pues sus padres habían procreado 8 hijos.
Con ambas familias en Varsovia y practicando el judaísmo, quiso el destino que Rebeca y Michael se conocieran. A pesar de que en 1939 se desatara la devastadora Segunda Guerra Mundial, donde Polonia sin proponérselo, por destinos crueles y rejuegos políticos, termina siendo centro de la guerra misma; esta aterradora situación no impidió que floreciera el amor y que Rebeca y Michael decidieran unir sus vidas y comenzaran una larga y triste odisea.
Los antecedentes que tenía Michael de las vivencias de la Primera Guerra Mundial, su formación judía y su pensamiento enérgico y fuerte hicieron que junto a dos de sus hermanos decidieran quedarse en Polonia, aun cuando sus padres y dos hermanas pequeñas partirían hacia Estados Unidos, de esta forma, los que decidieron quedarse pudieron mantener la tradición familiar en la propia cuna que lo había visto nacer.
La familia de Rebeca permaneció en Polonia, sufriendo todas las consecuencias terribles de “ser judíos”. Contaba siempre con lágrimas en sus ojos la humillación que sentían todos en la casa cuando a su padre, en más de una ocasión en que aparecían los alemanes, le cortaron la barba, lo cual constituía una de las ofensas más terribles que un cabeza de familia judía podía sufrir, hasta que finalmente un día triste fueron llevados por separados a los Campos de Concentración o a los ghettos, así fue como Rebeca nunca más supo de sus familiares, ni padres, hermanos o primos.
La suerte de Michael y sus hermanos, que valientemente se habían quedado en Polonia, no fue diferente a la de Rebeca, también fueron separados y llevados a diferentes y distantes Campos de Concentración. Nunca más supo Michael de esos valerosos hermanos.
Ya por ese entonces, Michael y Rebeca estaban casados y fueron llevados al Ghetto de Varsovia desde finales del año 1940 donde permanecieron por casi dos años, padeciendo enfermedades y llevando la cruel vida que todos los judíos del Ghetto tenían que sufrir. Fue allí donde Rebeca comenzó a trabajar, aun sin experiencia ni conocimientos previos, como enfermera, prestando ayuda a los necesitados de esa digna profesión. De cómo vivían, las enfermedades y los grandes sacrificios durante esa época nunca más Rebeca pudo hablar, siempre la inmensa tristeza y las lágrimas impedían que contara sobre ese pasado infernal.
De los Ghettos se ha hablado, pero no lo suficiente como para poder comprender cuánto sufrimiento, enfermedades, tristezas y tantas penas tuvieron que pasar aquellos que allí tuvieron que vivir. Eran sitios en los cuales las personas vivían en condiciones infrahumanas, el hacinamiento, la falta de alimentos y de higiene, la angustia de ver a seres queridos, amigos y quizás desconocidos, morían de hambre, enfermedades, eran situaciones tan comunes que quizás hoy nos preguntemos cómo era posible que se pudiera estar en lugares semejantes. No es posible pensar que, personas que no habían cometido pecado alguno, pudieran vivir en esa forma, solo porque eran judíos. Tanto Michael como Rebeca y la pequeña Ruth junto a todos los que tuvieron la desgracia de estar en un Ghetto, son personas heroicas que quedaron marcados para toda la vida.
La primera mitad del año 1941 trajo un poco de luz en la vida oscura que Rebeca y Michael llevaban en el Ghetto, el amor estaba dando frutos y Rebeca estaba embarazada, aun en la triste y oscura vida del Ghetto, el amor fue mayor que las penas y sufrimientos que vivían ellos junto a otros judíos. Casi al finalizar su embarazo, la pareja logra huir del Ghetto y llegan a la fría Siberia Rusa, donde comenzando el año 1942 nace la pequeña Ruth, ahí con la ayuda de familias judías logran esconderse durante casi un año pues en 1943 fueron deportados a Polonia y llevados nuevamente, y entonces con la pequeña Ruth de nuevo al Ghetto. Ese año fue muy duro para ambas. Michael estuvo escondiéndose por casi todo el tiempo y Rebeca casi bregaba sola con la niña. Contaba ella una experiencia nada placentera; un día salió Rebeca en busca de algo de comida y al regreso se percató que la casa estaba vacía, ni las personas que allí vivían ni su pequeña hija se encontraban. Con algo de paciencia esperó a que llegaran los dueños de la casa y cuál no fue su sorpresa al ver que no traían a Ruth. Se percataron entonces que había una ventana baja abierta y dedujeron que había salido. Fue otro momento de angustia muy fuerte. Salieron todos en busca de ella y pasaron 3 días y 2 noches hasta que un vecino de las cercanías pudo hallarla semidesnuda y hambrienta en medio de un bosque. Dentro de la tragedia sufrida, al menos lograron mejorar a la niña y curarla de un fuerte resfriado que había contraído, como pudieron y con lo poco que tenían la alimentaron y pudo sobrevivir.
Continúa entonces lo que había sido interrumpido y ya estando los tres en el lugar de donde lograron en un momento escapar, a Michael lo llevan a principios del año 1945, para uno de los Campos de Exterminio más crueles que existían, Auschwitz, quedando Rebeca con la pequeña Ruth en el Ghetto.
Como Michael había vivido la Primera Guerra Mundial y sabía que en algún momento la pareja podría ser separada, decide mantener una conversación en la cual previeron que pudiese haber una situación penosa que hiciera que cada cual tomara rumbos diferentes y que milagrosamente quedaran con vida, por lo que debían planear un reencuentro.
Así fue. Terminada la guerra, los tres permanecían con vida. Michael logró escapar del vagón que lo transportaba hacia Auschwitz Birkenau, se escondió y sobrevivió como pudo y Rebeca y Ruth estaban en el mismo sitio donde él las tuvo que dejar, el Ghetto de Varsovia.
Llegó entonces el momento tan esperado por todos, el fin de la Segunda Guerra Mundial. No fue de inmediato que se reencontraron, pero sí lo lograron llevados por la fe y el amor que los unía y por la previsión que tuvieron de acordar unirse nuevamente.
Pasaron casi tres años y Michael pudo encontrar la vía de comunicación con su padre en Estados Unidos, ya en ese entonces, su madre había fallecido. Para Rebeca no hubo esa suerte, nunca más supo de algún miembro de su familia, solo tenía la que pudo, en medio de la guerra, construir.
A finales de 1947 Rebeca vuelve a salir embarazada, pero esta vez, sin los estertores de la guerra, en un ambiente de pobreza dejada por la propia catástrofe, pero con el mismo amor del año 1941.
Cuando Michael logró “encontrar” a su padre y dos hermanas, todos anhelaron de inmediato el reencuentro. La familia en Estados Unidos había logrado establecerse y tenían una economía aceptable, no así Michael y Rebeca que aun sufrían los desastres de la vida pasada. Fue decisión que Michael, Rebeca con su embarazo y la pequeña Ruth viajaran a “otros mundos”.
Tomaron las provisiones necesarias y partieron en barco hacia Norteamérica, pasando por Francia, pero ya en ese momento tenían la noticia de que, siendo emigrados de Polonia y judíos, no podrían entrar al país donde estaba la familia de Michael. Fue su padre quien le sugirió, que dado el tiempo de embarazo de Rebeca y la situación imprevista que se había presentado, fueran a otro país en el propio Continente Americano y que éste fuese Cuba. El padre le prometió ir a visitarlo allá de inmediato.
No teniendo otra alternativa llegaron a la Isla Caribeña a principios de mayo de 1948, ya Rebeca estaba muy próxima dar a luz a su segunda hija y no se hizo esperar la llegada de Israel, produciéndose un encuentro maravilloso, lleno de amor y nuevas esperanzas de vida.
Michael contaba que había llegado a Cuba sin dinero, solía decir: “solo traía en un bolsillo un nickel de búfalo”, pero su padre, Israel le ayudó y logró instalar una pequeña imprenta en la Habana Vieja. Todo esto fue muy difícil si se tiene en cuenta que no hablaban el español, Rebeca recién llegada dio a luz, traían una pequeña de 6 años, una odisea que solo en novelas escuchamos o leemos. En este caso, fue realidad.
Rebeca, unos días después de la llegada, justamente 25, tuvo a la pequeña Judy, y en forma precaria, vivieron los cuatro en un pequeño apartamento en La Habana.
Siempre he escuchado que los judíos son personas muy laboriosas, esforzadas, amantes de su familia y tradiciones y muchas otras cualidades que fueron las que permitieron que esa familia judía, emigrada y sobreviviente del Holocausto lograra una vida, sin lujos, pero digna y llena de amor, con duros y tristes recuerdos que convirtieron sus vidas y las de sus hijas en lo que todos podemos desear.
Así la vida fue pasando, las niñas estudiaron en Colegios Hebreos, Ruth en Teodoro Hertzel y Judy en el “Centro Israelita de Cuba”; ambas pertenecían a la “Organización Juvenil Hanoar Hatzioni” y Michael sentía un profundo orgullo de sus raíces judías y daba Gracias a Dios por tener una familia en un entorno jovial, judío, amoroso, honesto.
Sin embargo, para Rebeca siempre hubo una profunda pena y una gran duda, ¿por qué Dios había permitido que sucediera tamaña desgracia durante los años de la Shoa? La respuesta solo la tiene Dios y en Él confiamos, pero ella murió con la pena y la duda.
Vivieron en Cuba durante el resto de sus vidas, ya los tres fallecieron y dejaron una descendencia pequeña, pero con un recuerdo entre triste y feliz. Quedó una hija, tres nietas y una bisnieta, con el tiempo ya hay dos bisnietos más.
El recuerdo queda en nuestros corazones, la enseñanza transmitida fue hermosa y la vida ha continuado. Solo nos resta decir que luchemos día a día, codo a codo porque en el mundo no se desate otra guerra como esa y nadie tenga que sufrir otra Shoa. Fueron años duros, dejaron secuelas físicas y mentales que han pasado de una generación a otra.
En esta familia, a pesar de la guerra, del hambre y tantas cosas desfavorables, nació la pequeña Ruth como una rosa que florece de entre las cenizas.
Nota: Es posible que en el relato aparezcan algunas incongruencias en fechas. Esto es debido a que el mismo se hace a partir de lo que mis padres contaron sin mucha precisión y sin muchos detalles. Traté de relacionar datos con narraciones y elaborar el relato lo más cercano a la realidad vividas por ellos, pero sin toda la exactitud.
Biografía: Soy Ida Rachel Gutsztat Gutsztat, nacida en Cuba en 1948; hija de Chuna y Chana (Juna y Jana), ambos sobrevivientes del Shoa, nacidos en Polonia. Cursé estudios hasta los superiores, los cuales realicé en la Universidad de la Habana, graduándome de Licenciatura en Control Económico. Obtuve el grado científico de Máster en Ciencias en Gestión de la Información en La Empresa en las Universidades: Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad de Murcia y Universidad de la Habana. Me desempeñé durante 40 años como profesora en diferentes ramas de la tecnología en la propia Universidad de la Habana, realizando además de la docencia, trabajos de investigación, publicaciones y otros. He estado vinculada a la Comunidad Hebrea de Cuba formando parte del grupo de Servicios Religiosos, realizando diversas actividades durante casi 20 años.
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