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Foto del escritorJack Goldstein

Cuatro navidades sin los apremios de la guerra




Por Martín Cruz Vega

La fuerza de la palabra construye futuro. Su poderosa artillería supera los odios, une a quienes nos enfrentamos en la guerra y su potencia nos lleva al camino de la esperanza en la construcción de la paz. ¡Quién lo creyera! que luego de una guerra visceral, llegaran nuevos días soleados y, bajo aquellos latigazos de oro, desapareciera la oscuridad de noches de afilados puñales, donde la vida caía en el negro abismo incierto de la guerra. Una guerra que nos dejó enormes heridas en la piel y en el alma. Que apagó vidas, que cercenó cuerpos e hizo que las flores perdieran su color y la mancha roja de la muerte apagara las voces y ahogara las gargantas del mañana.


Siempre creímos que sería un camino difícil, lleno de obstáculos y de retos que deberíamos superar. El camino ha sido empinado y lo será. Solo que la sociedad colombiana debe despertar de esta amnesia histórica que nos ha impedido la construcción de una sociedad democrática y participativa. Un pacto social cargado de humanidad, donde la defensa de la vida y la paz sea lo fundamental.


El Acuerdo de Paz, la esperanza de vida, nunca antes esta posibilidad fue tan clara. Nunca antes rodaron tantas lágrimas de felicidad por lo pactado en La Habana. También los temores y la incertidumbre acariciaron nuestra posible muerte. Ya había pasado en anteriores procesos de paz. La traición apuñaló a quienes entregaron las armas; uno a uno cayeron por la mano traicionera y la perfidia se hizo reina de una realidad que hoy azota la cotidianidad y la desesperanza de 247 almas que creyeron en la paz, que firmaron la paz y su respiración fue corta por la intolerancia de un Estado insensible que es incapaz o no quiere garantizar la vida de los colombianos y colombianas.


Hoy brilla la esperanza, sin desconocer los escollos que hoy nos golpean los rostros y el espíritu de quienes amamos la paz. Es la vida contra la muerte, es el letargo criminal de un estado adormecido que se resiste a construir una patria amable, donde la palabra sea tan grande como los Andes.


Cuatro navidades son una exhalación en la distancia del tiempo. Hace un poco más de 1500 días, bajamos de la sierra, de las llanuras del oriente, de los litorales y de las planicies, de la Colombia profunda que nos albergó en su seno. Dejamos la clandestinidad, de una guerra que fue la única opción que nos dejó la soberbia del establecimiento y su intolerancia para hilvanar nuestros sueños, mientras que nosotros siempre creíamos que una Colombia amable y en paz sí era posible. Ahora, luego de cuatro años, saboreamos en buena parte la esquiva paz, estamos junto a nuestras familias, llegan los abrazos de quienes dejamos en el olvido por el apremio de la guerra. También los soldados bajaron de la cordillera. Aunque la guerra se aferra como una garrapata en una cruda realidad, hoy festejamos y nuestra visión de la luces navideñas nos sumergen en los sueños de una Colombia que construye la paz.


Hace cuatro años llegamos a este sueño de paz. “Jamás nos imaginamos que sería fácil”. Siempre creímos que sería un camino difícil, lleno de obstáculos y de retos que deberíamos superar. El camino ha sido empinado y lo será. Solo que la sociedad colombiana debe despertar de esta amnesia histórica que nos ha impedido la construcción de una sociedad democrática y participativa. Un pacto social cargado de humanidad, donde la defensa de la vida y la paz sea lo fundamental.


La construcción de la paz avanza. No estamos solos. Avanzamos en la reincorporación integral, a pesar de las adversidades. Reconstruimos nuestro núcleo familiar, participamos activamente en las luchas en las calles y en la organización política. El acuerdo de paz firmado es apenas el comienzo, un punto de partida, una construcción social que nos llevará muchos años. Claro que lo lograremos. De esta verdad no podemos sustraernos y menos quienes hemos vivido la guerra en toda su dimensión. Nos comprometimos con la sociedad y lo cumpliremos hasta nuestra última respiración.


Hoy somos más mayores, más conscientes de que debemos dar todo por la paz, aun cuando ésta encuentre enormes precipicios. Los sueños y los anhelos están siempre vivos, aunque el dolor de patria nos sorprende cada mañana donde la vida es efímera, vale poco o casi nada, donde la muerte cicatera acecha, donde los matones cabalgan sobre la ilegitimidad del poder de la guerra. Hoy dirán, como dijo el poeta,:—Se lo llevaron y lo mataron porque era comunista o constructor de la paz… Pero tranquilo porque no soy comunista ni construyo la paz. Hoy vienen por mi y ya es tarde.


Cuatro navidades cerca a los nuestros es un logro de la paz. Quienes partieron son la flor roja que germinará la vida. Sobre estas almas edificaremos los sueños por lo que ellos y ellas lucharon. La lucha no será en vano. Siempre nacerá la esperanza como cuando partimos desde Marquetalia hace 56 años, desde el río Támaro de Jacobo Prías Alape, de la morada de Manuel, de los arrayanes y yarumos en los cerros marquetalianos; del valle de los Nazas sobre el impetuoso Atá de los altos Andes.


Acá estamos de cara frente al sol. Los recuerdos van quedando irremediablemente en el cadalso del tiempo que sucumbe ante otras realidades que nos hacen más humanos, otroras pasajes que perdurarán por la rutas ya perdidas sobre las trochas clandestinas. Nuestra fortaleza es el presente. Nuestra lucha siempre será la paz y la vida digna.






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