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“CRÓMICAS” DE SHABAT




Por Marlene Manevich

Reuven ya encontró una sinagoga y un amigo con quien ir, con quien se siente cómodo. Eso me pone feliz y lo acompaño para solidarizarme con él, pero la verdad es que no me siento tan cómoda. Tengo algunas amigas que van a esa sinagoga, pero es pequeña y se llena muy rápido, hasta el punto de no poder entrar al salón del rezo. Así que no pude sentarme con ellas. Encontré una silla (kisé) afuera del salón donde había otras dos señoras con sus bebés (tinokot) de brazos y desde ahí escuché el shofar. Dicen que en Israel nadie se fija en nadie, pero yo creo que ese concepto ha cambiado. Cuando me dispuse a vestirme para ir a la sinagoga en Rosh Hashaná quise ponerme una pinta elegante y estrenar como se acostumbra, pero no quería estar fuera de tono, así que me puse un pantalón y una camisa nueva para cumplir con la agradable costumbre de estrenar. Me puse unos tacones 👠 para elegantizar la pinta, una flor 🌹en elpelo y me dispuse a rezar. Como en todas las sinagogas hay una escalera por donde los niños suben y bajan. Yo estaba bien vestida, pero me sentí un poco incómoda cuando me di cuenta que era la única mujer en toda la sinagoga que estaba en pantalones. La verdad es que nadie me miró feo, ni tampoco me dijeron nada, pero se siente uno un poco como mosca en leche. En un momento de reflexión pensé que no me podían decir nada, ni pensar mal de mí por ese detalle, pues yo también podía pensar mal de ellas por esos turbantes de diversos colores, formas y tamaños, conque algunas se cubren la cabeza. Estábamos a paz, así que me fue pasando el sentimiento de incomodidad. Algunas me sonreían muy amablemente y me deseaban un shaná tová (buen año). Después de oír el shofar en repetidas ocasiones, le empecé a enviar a Reuven mensajes (odaot) diciéndole que ya quería irme, a sabiendas de que no iba a poder mirar el teléfono dentro de la sinagoga (beit kneset). Yo estaba acostumbraba al sonido del shofar en Bogotá y aquí sonó bastantes veces más. En medio de mis reflexiones, extrañé mi sinagoga, extrañé al rav Goldschmidt y por supuesto a mis amigas de la comunidad, con quienes departía y compartía el rezo. Recordaba los abrazos a la salida del rezo cuando se terminaba y en esas estaba, cuando alguien me agarró del brazo y me preguntó: donde comen? Digo me agarró al estilo mexicano porque ellos no cogen el brazo, como en mi país. Le contesté que en mi casa y me dijo que su familia me adoptaba y que fuéramos caminando hasta la casa de su hermana donde nos esperaba una mesa larga para 20 personas con viandas deliciosas. Así fue como terminamos siendo invitados por estas queridas hermanas mexicanas que conocí en la Olei y que nos acogieron como familia. A esas alturas llegaron otras invitadas en pantalones (mijnasaim) y ya no era la única diferente. Faltaba por llegar un invitado que le correspondió sentarse al lado (al iad) mío en la mesa. Era un primo de mi amiga y de pronto él y su esposa me miran y me dicen: “me parece que te conocemos” y se acordaron que me habían visto donde Michel mi hermano, así que todo quedó en familia en este Rosh Hashaná en que le pedí a Hashem que haya salud, amor, parnasá y PAZ.


Shaná Tová.


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