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Bases para la batalla cultural


La lucha por la prevalencia de ciertos valores y normas en una sociedad está intrínsecamente ligada a la ética, donde los conflictos reflejan la disputa entre diferentes concepciones del bien y el mal


Por el rabino Fishel Szlajen

La ética, como disciplina filosófica secular, es el marco interpretativo en el cual entendemos y atribuimos significado y juicios de valor a nuestros actos, decisiones y conceptos en diferentes contextos de nuestras vidas, discerniendo entre lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto, justo o injusto más allá de lo legal o ilegal. Así, de Aristóteles a Kant existe un continuum estableciendo primeramente que la buena acción es en sí misma un fin, otorgando al bien práctico una formalidad característica recogida en la idea del deber; y 2100 años después, sosteniendo que la ética consiste en fundamentar la acción moral, sin preocuparse por un fin utilitario, sino bajo la racionalidad universal.


A ello podemos adicionar, como señala Clifford Geertz, que la cultura proporciona un conjunto de significados compartidos que orientan nuestra comprensión del mundo y nuestras acciones dentro de él, proporcionando un sentido de identidad y cohesión. Así, su interdependencia con la ética como guía, resulta en que, para cambiar aquella cultura, y a decir de Ruth Benedict sus nociones del bien y el mal, se deben transformar los conceptos en significados concretos a través de prácticas y rituales socialmente compartidos. Luego, la realización de la ética en la cultura es la transformación del concepto en significado manifiesto en la acción moral, donde los principios se traducen en decisiones y comportamientos concretos.


Con esto en mente, la batalla cultural, entendida como la lucha por la prevalencia de ciertos valores y normas en una sociedad, está intrínsecamente ligada a la ética donde los conflictos reflejan la disputa entre diferentes concepciones del bien y el mal, de lo justo e injusto, buscando desde los ámbitos públicos una base racional para evaluar y criticar las normas culturales establecidas imponiendo otras.


Esta es la razón por la cual las batallas culturales se libran en los medios, la política, la legislación y la educación, porque es donde la ética se expresa en lo público. Así, el llamado cambio de época a menudo comienza con líderes de opinión que desafían las normas existentes y proponen nuevas visiones de moralidad. Estos actores pueden provenir de cualquier ámbito con la condición que sus ideas influyan en la percepción pública, porque como destaca Michel Foucault, el poder y el conocimiento están intrínsecamente relacionados, y los individuos que controlan el discurso ético tienen el poder de moldear la cultura.


Aquellos cuatro ámbitos son los que pueden vencer la resistencia cultural provocada por el habitus, definido por Pierre Bourdieu como el sistema de disposiciones duraderas y transferibles que las personas adquieren como generadores y organizadores de prácticas y representaciones a través de la socialización. Este habitus actúa como barrera para el cambio ético, ya que las personas tienden a reproducir las prácticas y valores con los que están familiarizadas.


Ejemplo clásico de esta dinámica es el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, durante los ´50-´60, basado en principios éticos de igualdad y justicia transformándolos en conductas, aboliendo la segregación racial y discriminación institucionalizada contra los afroamericanos. Líderes como Martin Luther King Jr., Rosa Parks y Malcolm X, mediante actos concretos desafiaron las normas racistas prevalecientes. Con la adhesión de organizaciones sociales que movilizaron recursos y generaron solidaridad, más las decisiones judiciales como el fallo de la Corte Suprema en Brown contra Consejo de Educación de Topeka en 1954, que declaraba inconstitucional la segregación en las escuelas públicas; la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho al Voto de 1965, se prohibió la discriminación racial y se aseguró el derecho al sufragio para todos los ciudadanos.


Con esto es suficiente para plantear en cuatro ítems los mecanismos para el control del discurso ético y el logro de un cambio cultural significativo y sustentable.


1) La legislación y las políticas públicas resultan fundacionales dado que no sólo reflejan los valores éticos de una sociedad, sino que también actúan como instrumentos para promover nuevas normas éticas. Es por ello que Martha Nussbaum, advierte que las políticas públicas deben basarse en principios de justicia y dignidad humana, esenciales para el desarrollo de una sociedad más equitativa y moralmente avanzada.


2) La educación es uno de los mecanismos más efectivos para el cambio ético, pudiendo establecer duraderamente nuevos valores y principios en la población a través de su socialización, como demuestra Durkheim. La educación, pudiendo reproducir cómo transformar las estructuras sociales, es donde los individuos aprenden qué comportamientos son aceptables y cuáles no, ayudando a conformar y modificar la cultura a lo largo del tiempo formando el carácter y promoviendo la cohesión social. Razón por la cual Nel Noddings insta a centrarse en la ética del cuidado basada en incorporar virtudes como sujetos relacionales más que independientes, empoderando al individuo con procesos y conocimientos concientizándose de aquello que lo hace único y semejante a los demás. En lugar de una deontología abstracta se enfatiza en la importancia de la respuesta al individuo.


3) Los medios de comunicación y de la cultura popular son herramientas poderosas para difundir y normalizar nuevos valores éticos. A través de películas, contenidos en plataformas o programas de televisión, música y redes sociales, se pueden promover y consolidar cambios éticos. George Gerbner ha demostrado su rol crucial para la construcción de la realidad social, influyendo en las percepciones y actitudes de las personas.


4) A este proceso de cambio ético debe sumarse como indica Doug McAdam, los movimientos sociales, dado que agrupan a individuos que comparten una visión común y trabajan colectivamente para transformar las normas culturales. Así, deviniendo esenciales para lograr cambios significativos en la sociedad, ya que movilizan recursos, generan solidaridad y construyen marcos interpretativos que redefinen los valores culturales.


Mediante estas estrategias y esfuerzos colectivos, algunas naciones han logrado realizar cambios significativos. Casos exitosos en la batalla cultural contra la corrupción como Singapur, uno de los países con más alto índice de corrupción en los ´60, se transformó en una de las naciones menos corruptas del mundo. El cambio ético fue impulsado adoptando políticas de tolerancia cero hacia la corrupción, crecimiento económico y promoviendo una cultura de transparencia y rendición de cuentas en todos los niveles del gobierno.


Hong Kong enfrentó problemas significativos de corrupción en los ´70, pero bajo la aplicación estricta de la ley, la prevención y la educación pública, llevó a cabo campañas intensivas para sensibilizar a la población sobre los efectos negativos de la corrupción. Similarmente se ha trabajado en promover la ética en los negocios y en la administración pública mediante programas de reestructuración, capacitación y concienciación. Habiendo aumentado la confianza pública en las instituciones, Hong Kong es considerado uno de los lugares más transparentes y con menor corrupción en Asia.


Dinamarca, uno de los países menos corruptos del mundo basó su éxito en arraigar una cultura basada en altos estándares éticos en la administración pública y en el sector privado con políticas de transparencia, acceso a la información e implementación de códigos de conducta para funcionarios públicos más fuertes mecanismos de supervisión y rendición de cuentas. Así, conformando instituciones sólidas. Su éxito es el resultado de una combinación de políticas efectivas y una ciudadanía comprometida.


Estos casos exitosos, entre otros, demuestran la efectivización del cambio ético atendiendo a estas bases, generando e implementando políticas integradoras y acervos culturales durante al menos dos generaciones, pudiendo cambiar la sombría Argentina, cuya sociedad acepta la corrupción en todos sus estratos y formas.

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